4 Butacas de 5
De entrada, “La casa” comienza con un contexto familiar que en más de un hogar se ha debido plantear: ¿qué hacer con la casa de nuestros padres? En este caso, lo que parece una decisión aparentemente sencilla entre los tres hermanos de esta historia, a medida que avanza el encuentro familiar, se comprueba que no hay herencia fácil, que no hay herencia que no conlleve una discusión, independientemente de lo sana o perjudicada que pueda estar la familia en cuestión.
La película, con una dirección sencilla (Álex Montoya) y eficiente, nos expone con tranquilidad, de un modo pausado y contemplativo, ese espacio rural familiar. Nos presenta la casa que levantó el progenitor de los tres hermanos (interpretado por un omnipresente Luis Callejo) con el sudor de su frente y la convicción de construir un hogar al que pudieran acudir siempre que lo desearan.
La dirección y la fotografía se detiene en la trivialidad del hogar: en esa manguera goteante, ese huerto descuidado (que antaño fue diseñado con pasión y dedicación por un padre ansioso y motivado por legar un hogar), esa sierra como paisaje que se siente casi exclusivo, como un paisaje sencillo contrapuesto al cuadro que todo apartamento urbano aporta a su pared para crear una falsa ilusión de naturaleza, un lugar menos artificioso. En definitiva, considero que se hace un ejercicio de transportación a la calidez de un hogar que, irónicamente, ya se encuentra vacío y en descomposición, pues son los tres hermanos y sus (ahora) ineludibles responsabilidades las que deben trabajar, y no su antecesor.
Asimismo, se aprecia un gran esfuerzo por plasmar los detalles retrospectivos: Por un lado, la historia principal se desarrolla en esa llegada al hogar. Inicialmente, llegan a la casa el hermano mediano (David Verdaguer) y su pareja (Olivia Molina), quien le acompaña honestamente. Y, posteriormente, comenzará a llegar el resto de miembros de la familia. Todos y cada uno de los miembros, a su llegada y durante su estancia en esos pocos días (donde apremia tomar una decisión: si vender la casa o quedársela) experimentan esos flashbacks permanentes, con quien fue el protagonista de esa casa: el padre. Un padre que brindó de recuerdos y enseñanzas a todos ellos. La película nos brinda todos esos pasajes retrospectivos a modo de conexión con el pasado, facilitando una mirada nostálgica compleja; la cual no está reñida con la amargura por el dolor vivenciado, ni con la satisfacción por una trayectoria vital plenamente imperfecta; lo que es vivida, al fin y al cabo. Estos sentimientos conviven transitando con complejidad en el interior de los personajes y son transmitidos al espectador con suficiente adherencia, por lo que alguna lágrima puede fluir sin vergüenza alguna. Me atrevo a decir, que, en primera persona, las lágrimas que en mí provocaron, iban conectadas a un pasado que añoro y que, por desgracia, mi mejorable memoria olvida, ya que me fue arrebatado más pronto de lo debido.
Me debo detener también en una interpretación que me ha atraído especialmente: David Verdaguer. Este señor, de quien recientemente me maravilló su magistral e y clavada representación de Eugenio, el mítico cómico “que no quiso ser cómico”, en Saben Aquell de Fernando Trueba; en esta nueva entrega fluye como pez en el agua con esa serenidad perfectamente acorde al paisaje, al contexto y al desenvolvimiento de la trama ¿Quién sabe lo que esa casa podría ofrecerle para la inspiración creativa del escritor al que interpreta?
Por otro lado, la aparición de Miguel Rellán eleva aún más el nivel del elenco (que ya era bueno), aportando, con su veteranía, un mayor calado de la conexión con el pasado que nos transporta a donde estamos.
A modo de conclusión e incluso de reflexión: A veces (o me atrevería a decir que a menudo), el cine no exige de elementos excesivamente complejos y rebuscados, sino que con captar con sencillez la belleza de lo cotidiano consigues emocionar al espectador; y “La Casa” de Álex Montoya lo hace sin despeinarse. El cine es eso: emoción y pasión.