4 Butacas de 5
Decía Wim Wenders que el cine no era un medio para escapar de la realidad sino para aproximarse a ella. Con La Estrella Azul, Javier Macipe traslada esa teoría a la praxis acercándonos a la vida del poeta y cantante Mauricio Aznar –líder de Más Birras– desde un prisma docuficcional. En esa mirada observacional, en esa cámara pegada al cuerpo, se puede atisbar la estela de recientes autores patrios que buscan proyectar en sus trabajos lo cristalino del mundo que les ha rodeado. Ejemplos patentes podrían ser los de Carla Simón (Estiu 1993) en la manera de captar la naturalidad de lo cotidiano desde una perspectiva intimista o Elena Trapé (Els Encantats) a la hora de tratar la distancia, no formal, sino como un intervalo vital para mostrar el proceso de madurez por el que pasa el personaje protagonista. Aunque también Macipe, dentro de su desbordante naturalismo, no tiene miedo a combinar lo terrenal con lo onírico mirando de cerca de Fellini en su etapa postneorrealista (8 1⁄2) y a Kiril Serébrennikov (Leto), otro cineasta que, al igual que el zaragozano, muestra gran interés por la música.
A veces hay que alejarse del mundo en el que vivimos (ese en el que queremos abarcar más de lo que nos podemos permitir –para qué quiero tres autos si sólo tengo dos manos–) para conocerse a uno mismo. O para olvidar lo que fuimos y centrarse en lo que seremos. O para conocer a nuevas personas que puedan reemplazar el vacío que otras nos han podido llegar a hacer sentir. O, posiblemente, para todo a la vez en ninguna parte. Y es que, retornando a la idea de la distancia, este concepto de desconexión será el engranaje principal de un biopic nada convencional –más espiritual que biográfico, tan rockero como folclórico– que funciona como espejo de reflexión y autodescubrimiento frente a un artista que ha perdido el rumbo y que decidirá viajar a Argentina con el fin de afrontar un futuro atormentado por el pasado. Un pasado marcado por sus adicciones y sus relaciones sentimentales, encarnadas por una enigmática a la par que magnética Catalina Sopelana (quien representa su infierno vital –el color rojo está muy presente en sus pasajes–) y una siempre transparente Bruna Cusí que sirve de contrapartida en el viaje espiritual de Mauricio Aznar –interpretado por una estrella actoral que ha nacido para quedarse: Pepe Lorente–.Un viaje en el que el espectador será partícipe de sus andanzas. De sus penas y alegrías. De sus certezas e incertidumbres. Donde bailará a la luz de la noche con esa gente que uno descubre por el camino y nos hace sentir en plenitud. Donde aprenderá a tocar la guitarra como un guitarrero y no como un guitarrista. Donde charlará sentado en medio de un río sobre lo que tenemos y hemos dejado aparcado en nuestro hogar. Donde pasará del fervor del público a la soledad más recóndita de su cuarto. A ese sentimiento con el que muchas de las estrellas que marcharon tuvieron que convivir.
¿Por qué lloras? Porque es tan bonita. Esta cita de la obra podría definir el sentir hacia la misma. Hacia una película-río que renace mientras camina hacia la muerte. O, mejor dicho, mientras la muerte camina hacia ella. Y es que La Estrella Azul es una preciosa estancia donde quedarse a vivir y sucumbir. Ya sea cantando y bailando al aire libre arropado por el calor de la gente o tomando un anís en la barra de un bar bajo el manto de la soledad.