2’5 Butacas de 5
El camino de dos jóvenes que parecen no tener nada en común se entrelazan por la misma pasión el ballet. La primera de ellas, Irma, precisa, sencilla y comprometida; por otro lado, Olga, intensa, efusiva y talentosa. Ambas estudian en la misma escuela de danza en la que sobresalen por encima de todos, se gradúan y son elegidas para formar parte del ballet real, es en este punto que la amistad se verá en juego por algo más grande, el ego de cada una.
La trama es muy clara, a veces ligeramente predecible; la relación entre ambos personajes parece ser la única importante, pues todos los demás están ahí, casi como decorado, al servicio del enaltecimiento de una o incluso solo como testigos del vaivén emocional.
Solo queda la danza se presenta casi como un tributo a todos esos artistas que mueren como mártires de su propio talento, que no saben manejar la fama, el estrés del medio y por supuesto los excesos, esos “ángeles” que se consumían dándole vida a sus espectadores.
Hay detalles que vuelven inverosímil la cinta, por ejemplo, la facilidad con la que todo cae en su lugar a la primera, o incluso la renuncia por parte de Irma, pero lo que vuelve carismática esta historia está en el amor verdadero, saberse “amigas” “hermanas” “amantes” por encima de todo, ahí, recae toda la belleza del largometraje.