4 Butacas de 5
Siendo simplistas, se puede decir que la carrera de Ken Loach se centra en historias con una carga social significativa, enfocándose en problemáticas a cualquier escala. Parece que el cineasta británico trastoca el status quo de su país de una manera muy sencilla, conectando con el público a través de personajes de carne y hueso. Loach siempre se enfoca en un sólido trabajo de guion, que materializa con una puesta en escena en la que no dedica ni un solo plano a su lucimiento personal, sino que siempre piensa en el público para que su película trascienda la pantalla y llegue de la manera más adecuada al espectador.
En este caso, su última película, “El viejo Roble”, cumple con todas estas características. Tal vez se podría decir que el director se repite, pero me parece más interesante llamarlo una exploración desde diferentes perspectivas. Es un análisis detallado de una sociedad y unos personajes de una forma tan naturalista que hasta parece fácil. Sin embargo, esto puede llevar al engaño, por supuesto. No es casualidad que haya ganado la Palma en Cannes dos veces. A pesar de ello, Ken Loach no goza de la misma atención mediática que otros como Tarantino o Almodóvar, pero se posiciona entre los realizadores más relevantes del cine contemporáneo.
TJ Ballantyne (interpretado por un soberbio Dave Turner) es el propietario del decadente pub que da título a la película. Situado en el noroeste de Inglaterra, rápidamente podemos observar cómo la zona en la que se mueven los personajes vivió tiempos mejores. En el pasado, era un pueblo eminentemente minero que, tras su cierre, vio cómo la vida de muchas familias quedó truncada, casi convirtiéndose en barrios marginales a los que los ayuntamientos enviaron a las personas menos favorecidas. De esta manera, se genera una crispación generalizada entre los vecinos, quienes ven cómo los locales de toda la vida cierran, la vida se vuelve más cara y todo está lleno de inmigrantes. Les suena de algo, verdad?
La historia arranca con el bueno de TJ entablando amistad con unos refugiados sirios (tema muy actual), lo que provoca que los escasos clientes del pub se vuelquen contra el barman, convirtiéndolo en el hazmerreír del pueblo. A pesar de las adversidades, TJ no se rinde en su determinación de ayudar a quienes lo necesitan, transformando su monótona vida en algo más, cuando se le presenta la oportunidad de brindar apoyo a aquellos que recientemente han llegado huyendo de la guerra.
Lo fascinante no radica solo en empatizar con el personaje principal (algo sencillo porque tiene hasta un perrito), sino en reconocer que cada uno de los vecinos tiene argumentos válidos para protestar por la situación de marginación generada por una administración incapaz de resolver los problemas económicos y sociales de la zona.
En resumidas cuentas, un resultado maravilloso, quizás la película más luminosa del realizador. Juega sus cartas con la maestría habitual y sigue un ritmo que se distancia de los estándares de Hollywood, pero nunca pierde la atención. Ahora, cada vez que visito un pub, no puedo evitar recordar “El viejo Roble”. ¡Una pinta de Guinness por él!