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El Reino Animal llega a la sección oficial a competición del Festival de Sitges después de haber sido la película que inauguró Un Certain Regard en el último Festival de Cannes. El filme de Thomas Cailley se podría definir como una fusión entre la Patrulla X (a lo Dr. Moreau) con el cine de vocación social.
La historia nos sitúa en un mundo donde la humanidad está sufriendo una mutación que, poco a poco, transforma a las personas en animales salvajes. Émile (Paul Kircher) y su padre (Romain Duris) tendrán que abandonar la ciudad para mudarse a un pueblo en el que han construido una gran reserva para los transformados y donde acaban de llevarse a la madre de Émile. Esto hará que tengan que adaptarse a una nueva vida dentro de una sociedad extremadamente frágil y poseída por el miedo a lo desconocido.
Dentro del Reino Animal se aborda sin ningún tipo de miedo una gran multitud de temas: el racismo; el proceso de maduración adolescente; la paranoia social; el apartheid; los roles familiares; el cuestionamiento de tu propia identidad; el despertar sexual o la concepción sobre el género. Este mejunje de enfoques, reflexiones y tesis podría salir muy mal si no fuera por un elemento clave: el fantástico.Esto es lo que permite que Thomas Cailley y Pauline Munier puedan cimentar una gran alegoría alrededor de los problemas cotidianos que vivimos dentro de nuestra sociedad. Para lograr tal proeza, se apoyan en las posibilidades que ofrece el género como principal elemento narrativo, firmando un relato fabulesco que subvierte el clasicismo melodramático. Aportando un enfoque fresco que se diferencie del realismo extremo que tanto abunda en este tipo de películas (y que acostumbra a derivar en prostitución emocional). Esto es un recordatorio del poderío fílmico que se consigue al romper la realidad, obteniendo la esencia más pura de las emociones, los miedos y los sentimientos mundanos.
La realización de la película es correcta. No tiene grandes destellos de brillantez, pero es solvente de principio a fin; destaca la integración de los efectos prácticos y especiales de los mutados. En cuanto al ritmo de montaje y la intensidad dramática, siento que hay algunos valles bastante notorios donde emocionalmente desconectas. En los momentos claves y climácicos sí que logran mantenerte absorto en la pantalla, pero eso no quita que tengas la sensación contradictoria de que se podía haber recortado una parte del metraje. Las interpretaciones y la banda sonora también ayudan a fortalecer el conjunto del filme.
Al finalizar el visionado, uno se da cuenta que el Reino Animal tendrá su pequeño hueco dentro de esta nueva oleada de cine francés que ha recuperado la pasión por contar historias a través del terror, la fantasía o la ciencia ficción. Sin ir más lejos, en los últimos dos años ya hemos experimentando grandes propuestas que van esta línea: Petite Maman(2021), de Céline Sciamma; Les Cinq Diables(2022), de Léa Mysius; Titane(2021), de Julia Ducournau, After Blue(2021), de Bertrand Mandico; Fumer fait tousser(2022) de Quentin Dupieux. Poco a poco, parece que se va apagando el estigma que mira a este tipo de cine como algo menor que no merece ninguna validación artística o autoral. Nos resulta muy fácil señalar los errores y las monstruosidades que están surgiendo en Hollywood, pero en el viejo continente también nos vendría bien hacer un poco de autocrítica. Y ya de paso, aumentar la apuesta y darle más recursos a los cineastas que sueñan con volar lo más alto posible, aunque se den un tortazo y caigan. Después de décadas obsesionados con el realismo, el cine de autor europeo está viendo la luz al final del túnel. Recuperando la libertad y la creatividad con la que los grandes maestros cimentaron nuestra cultura. Para finalizar: siempre será mejor una obra imperfecta que descarrila pero que cuenta con alma propia, que algo medido hasta el milímetro que solamente se ha concebido para contentar a unas necesidades concretas sin ningún tipo de aspiración.