4 Butacas de 5
Junta Yamaguchi protagonizó uno de los debuts más interesantes de las últimas ediciones del festival de Sitges. Su modestísima Beyond the infinite two minutes se ganó el corazón de cualquier persona que la viera. La película se filmó con un iPhone y contaba con menos veinte mil dólares de presupuesto, pero el talento del director, sumado a su imaginación para economizar recursos, hizo que creara un grandioso filme sobre ‘loops’ temporales en plano secuencia. Es una obra terapéutica que, al verla, te brinda paz interior y hace que te sientas mejor contigo mismo. Yamaguchi regresa a Sitges con su segundo largometraje, que se encuentra dentro de la sección de “Noves Visions”.
River es la hermana mayor de Beyond the infinite two minutes, aunque sigue siendo un proyecto de carácter humilde. No obstante, el cineasta japonés dispone de más recursos, haciendo que pueda ser más ambicioso, contando con más localizaciones y con un elenco de actores más amplio. Esto le permite aumentar la complejidad y la profundidad de la historia, al poder desarrollar varias subtramas en las que los personajes se desarrollan de una forma más profunda. El relato se desarrolla en una posada japonesa de estilo tradicional, ubicada en un pueblo recóndito de Kyoto durante la temporada de nevadas. Tanto los trabajadores como los clientes se verán atrapados en un bucle donde el tiempo se reinicia cada dos minutos, lo que les obligará a unir fuerzas para descubrir que está sucediendo y dar con la forma de romper el “’loop’.
El director vuelve a repetir su fórmula sin ningún tipo de complejo. Cada repetición está rodada en un único plano secuencia y todos los actores de su anterior filme también aparecen en este. Esta propuesta visual limita mucho a cualquier cineasta a la hora de realizar los planos y en la postproducción, ya que le impide cortar en montaje, lo que le obliga a tener que conformarse con la toma que globalmente esté mejor y no con los mejores momentos brutos que has filmado. Los continuos seguimientos con cámara al hombro son algo bruscos, pero uno acaba por acostumbrarse gracias al continuo movimiento que hay en la coreografía interna de los planos. De primeras, estas decisiones pueden generar desconcierto en los espectadores familiarizados con su anterior obra. Aparentemente parece más de lo mismo sin ningún rastro de frescura o atrevimiento, pero a medida que avanza el metraje descubre que Yamaguchi es plenamente consciente de esto y logra distanciarse de la sensación donde sucede lo que uno espera. Las familiaridades se transforman en sorpresas en el momento en que los personajes descubren que está sucediendo. Entonces, como espectador ya estás completamente rendido al filme. La línea de calidad que traza River no para de ascender hasta que eclosiona en un final muy emotivo y bellísimo.
Junta Yamaguchi vuelve a esculpir una forma cinematográfica única que no podrás evitar amar con todo tu corazón. Su cine es el equivalente espiritual de llegar a casa y tomar una ducha caliente después de haber estado expuesto al frío durante demasiado tiempo.