3’5 Butacas de 5
Hay algo que quiero decir: La comedia es el género más exigente.
Es curioso porque esta afirmación es contraria a la idea popular de producto destinado a pasar el rato echando unas risas sin mucha trascendencia. Sin embargo, no es nada fácil construir un relato que atrape al espectador usando la comedia como vehículo. ¿Por qué? Cada persona tiene su propio sentido del humor, que es único e intransferible, e incluso depende del día y del estado de ánimo. Así que son muchas las variables para enfrentarse a una película de este tipo.
Por eso, aprecio las propuestas que, además de lidiar con los tropos del género, se arriesgan a contar historias complejas y maduras, con crítica social e incluso trasfondo trágico.
En su ópera prima, el cómico Javier Veiga ha arriesgado con una feelgood movie de libro con la muerte como trasfondo. ¿No es paradójico? Pues funciona a las mil maravillas. ¿Es parte de la vida, ¿no? ¿Por qué no reírte de ella? Es un tema muy maduro y que en nuestra sociedad se intenta esquivar, como si no existiera. Por eso, ponerlo sobre la mesa es digno de alabanza para un trabajo que permuta entre lo autoral y lo mainstream.
Suso, María y Nacho son los tres vértices de un complejo triángulo. Cada uno es único y tiene un ángulo diferente. Juntos forman el polígono perfecto. Los chicos se conocieron en la adolescencia, un gallego y un mexicano, juntos desde bachillerato hasta hacerse tunos. En la universidad conocieron a María y, claro, surgió el flechazo. Una bonita relación que marcó sus vidas para siempre y de la que Suso sacó un matrimonio y Nacho un amor frustrado. Pero, ¿qué pasará cuando la vida ponga a prueba esta relación? ¿Serán capaces de seguir unidos o todo se quedará en un recuerdo de juventud?
Una enfermedad terminal pondrá en tela de juicio quiénes son ellos mismos y lo que significan para los demás miembros de esta peculiar familia. La película no deja de plantearnos preguntas complejas: ¿Cuánto dura la amistad? ¿Y el amor? ¿Es para siempre o tiene fecha de caducidad?
Mauricio Ochmann, Marta Hazas y el propio Veiga interpretan los tres roles protagonistas, mostrando una gran química en escena y aportando diferentes matices a sus personajes, cada uno muy distinto al resto. El registro interpretativo a lo largo de la película es muy amplio, abarcando desde la comedia verbal hasta la física, pasando por el drama intenso. Todo se presenta con naturalidad y veracidad, siendo Veiga quien se reserva los mejores gags y cargando la emotividad en primeros planos que resaltan la expresiva mirada de Marta Hazas.
Un elemento que a veces parece estar en conflicto con la comedia es la puesta en escena, ya que erróneamente se cree que todas las películas del género deben tener una realización invisible. A menudo recordamos grandes composiciones de plano en los westerns de John Ford o momentos épicos con música compuesta por Morricone, pero la comedia también tiene una característica muy importante: el timing.
El ritmo lo es todo, como bien dijo Woody Allen: “La comedia es drama más tiempo”. Uno de los grandes aciertos del director es cómo maneja lo que quiere contarnos, sabiendo cuándo cargar las tintas y cuándo aligerar el contenido. La historia se narra a través de tres voces, con numerosas elipsis temporales y secuencias de montaje. El rompecabezas se va ensamblando poco a poco, otorgando sentido a ese precioso final acompañado del hermoso tema de Xoel López.
¡Y cómo no hablar de Galicia! Eso sí que es un plató de cine, y no solo por su funcionalidad como mera localización. Es un marco perfecto para contar la historia. Un espacio bellísimo a nivel visual, con una identidad propia y elementos que brindan oportunidades para generar humor (Mirando de reojo a Ocho Apellidos Vascos). Esta película es una de las que mejor juega conceptualmente con el Camino de Santiago y el significado de ser un peregrino.
Amigos hasta la muerte es una apuesta en la que la risa y la lágrima no están en conflicto. La emoción se entrelaza con la burla de una manera que funciona, gracias a unos personajes bien construidos que son el corazón de la película. La muerte se convierte en un motor generador de vitalidad. Es una cinta que celebra la amistad y la vida, que te hace reír y llorar. Y, sobre todo, nos recuerda que la amistad perdura para siempre.