3’5 Butacas de 5
Tengo que admitir que, por lo general, el cine que proviene de nuestros vecinos galos suele interesarme. Ya sea por el cariño y cuidado que profesan hacia el séptimo arte y sus raíces, o por ese estilo sexy cool que traen desde la Nouvelle vague. No sé exactamente por qué, pero sus propuestas me resultan atractivas, y no solo los blockbusters, sino también el cine más independiente.
“Las Dos Caras de la Justicia“ es un claro ejemplo de una historia que busca transmitir un mensaje tan poderoso y necesario que a veces la narración puede quedar en segundo plano. Sin embargo, es tan valiosa y relevante la reflexión que plantea que no puedo más que agradecer que exista.
Este relato coral de corte realista aborda un concepto sumamente interesante y de gran valor social, como es la justicia restaurativa, un sistema implementado en Francia hace poco tiempo que sirve como terapia entre víctimas y encarcelados, creando un vínculo bidireccional que en ocasiones beneficia a ambas partes. La película trata tanto a los profesionales involucrados, sus voluntarios, las víctimas y los presos con el más profundo respeto, analizando dicho proyecto desde una perspectiva humanista.
La estructura se divide en dos tramas de igual importancia:
Por un lado, tenemos a un grupo de apoyo. Ellos se reúnen una vez a la semana en la cárcel para ayudarse mutuamente, resolver sus problemas y superar sus duelos.
Es importante destacar que no son personas que tengan vínculos entre sí; los delincuentes y las víctimas no se conocen de antemano. El principal interés radica en descubrir cómo es la vida de cada uno después de los hechos delictivos, revelando gradualmente al espectador que ambas partes sufren de manera similar. Además, como espectadores, estamos demasiado acostumbrados a las películas de Hollywood en las que hay cientos de muertos y escenas de acción sin ninguna repercusión real, y esto no puede ser.
Aquí, las personas que participan en el proceso de justicia restaurativa son simplemente objetivos de un robo, ya sea un tirón de bolso en la calle o un hurto con allanamiento. Puede que no sea épico, pero es suficiente para mostrar los problemas reales que afectan a las personas.
Por otro lado, tenemos una trama más narrativa y menos documental, que sirve como anclaje dramático para el público. En ella, Chloe también utiliza este sistema para dialogar con su hermano, quien fue condenado a prisión porque ella lo denunció por violación cuando no eran más que unos niños. La protagonista de este segmento no es otra que Adèle Exarchopoulos, una de las mejores actrices de su generación. Tras el éxito de “La vida de Adèle,” había desaparecido del radar, pero ha logrado levantar su estatus y este mismo año ha estrenado cuatro películas en España, con otras tres pendientes. ¡Vamos, Adèle!
La película dirigida por Jeanne Herry es un relato que se acerca al documental, siempre tratado desde un punto de vista íntimo. Juega con planos cortos, conversaciones abundantes y la ausencia de cualquier pirotecnia visual. Lo fundamental aquí es lo que expresan los personajes, permitiendo al espectador sentir que está sentado junto a ellos en esa mesa redonda, descubriendo el gran poder sanador del diálogo.
Una película necesaria, bien por Francia.