El cine de animación no es un género, es un formato. Es decir, un estilo o manera de contar con unos mecanismos únicos y propios para narrar historias. En este caso, No se admiten perros ni italianos es una cinta en Stop-Motion que utiliza estos recursos para elevar su relato. No se podría haber contado de mejor manera.
Alain Ughetto es un creador especializado que realiza aquí su segundo trabajo como director, en lo que se puede considerar su largometraje más íntimo y personal.
Conociendo su historia, y lo hacemos bien gracias a la película, parece que lo matérico, el trabajo manual y la actitud frente a la vida se lo debe a sus raíces, una dinastía de italianos luchadores que se ven obligados a sobrevivir en Francia, superando todo tipo de conflictos laborales, bélicos, históricos o románticos.
Ughetto realiza un trabajo de metaficción donde propone un juego interesante con el espectador, ya que por momentos nos introduce a los personajes de su linaje y por otro nos descubre el hecho cinematográfico, siendo sus propias manos quienes ayudan a las figuras de stop motion a ser vestidas, realizar construcciones escenográficas o disponer elementos del atrezzo. Todas estas interacciones nos muestran el making of y la artesanía de esta manera de hacer cine. De la misma manera que propone el cine como mecanismo artesano, un medio que te mancha las manos y te da la posibilidad de crear vida e historias donde no las hay.
No se admiten perros ni italianos nos cuenta no solo la historia de los Ughetto si no de la Europa de finales del XIX y principios del siglo XX.
La abuela interpela a su futuro nieto mientras nos traslada a su pueblo natal en el frío norte de Italia, un lugar pobre e inhóspito donde la vida no es fácil, aunque se afronta de forma vitalista siendo las tragedias recibidas con naturalidad y con cierta nostalgia de los momentos buenos.
Luigi es el patriarca (y abuelo del director), un hombre siempre ataviado con un mugriento sombrero que tiene que tomar una difícil decisión para la supervivencia de los suyos. Como la región se había vuelto muy difícil, sin trabajo ni recursos, decide que los Ughettos merecen una vida mejor y peregrinar al extranjero y cruzar los Alpes para llegar a Francia.
Estamos ante un drama histórico coral que no es condescendiente con el público ya que trata temas de tan lastimosa actualidad como el racismo, la xenofobia y la violencia. Cuando te hace reír funciona muy bien y cuando te emociona lo hace fenomenal.
La repercusión de este tipo de películas europeas, poco reconocidas a nivel internacional, es poca para la calidad que ofrecen por lo que merecen toda la visibilidad que le podamos dar. No todo el cine de animación son secuelas de Shrek ni películas para niños. No se admiten perros ni italianos es una de las películas más crudas y potentes que he tenido el placer de ver este año.
El diálogo de Ughetto con sus orígenes, siendo un nieto que hace una relectura de su árbol genealógico, puede hacer resonar a muchos sus propias historias familiares y recordarnos los acontecimientos ocurridos en Europa el siglo pasado. Un homenaje que emociona, con un valor personal y universal.