2’5 Butacas de 5
El terror es el género cinematográfico que más depende de la atmósfera, una que se obtiene a través de la mezcla entre la dirección, el montaje y la música. Por eso, las películas que perduran en el transcurso del tiempo son las que logran perturbar e incomodar al espectador a través de esa emoción, sin necesidad de abusar de recursos excéntricos y facilones que están efímeramente de moda. Cobweb es una propuesta ganadora dentro de este campo. Samuel Bodin es capaz de introducirte dentro de su perversa telaraña narrativa, tejiendo con mucha precisión un mundo de horrores infantiles y núcleos familiares aterradores. Con una ambientación que bebe mucho de la obra de Stephen King.
Cobweb nos sitúa en la piel de Peter, un niño que tiene el pack completo de las desgracias: sufre de acoso escolar; su madre es una maniática obsesiva compulsiva; su padre es un sociópata potencialmente violento; y durante la noche hay un ser extraño que intenta comunicarse con Peter a través de las paredes de su dormitorio. Este es el punto de partida de la trama. Entrar en más detalles podría estropear un poco la experiencia del espectador. Si esta mini sinopsis os interesa, mi consejo sería que evitaseis ver el tráiler: muestra demasiado.
La armonía predomina en casi todo el filme. El estilo es muy sobrio y clásico, pero incorpora varios elementos de dirección brillantes. Bodin juega constantemente con la reiteración de encuadres, situaciones y elementos, que poco a poco, avanzan en cuanto a peso dramático, introduciendo pequeñas modificaciones en cada repetición. Esto se cobija bajo una estructura narrativa muy tradicional, formada por pequeños elementos interconectados que son los que se encargan de dotar de sabor e identidad propia a la historia. Sin reinventar la rueda, el guión es extremadamente sólido a la vez que juguetón. Generando constantemente momentos eureka para que la audiencia se sienta involucrado en los sucesos que ocurren en la pantalla. Otra mención obligatoria es la coherencia y la sincronía que tiene el reparto de actores, formando un todo homogéneo al servicio de la trama y consiguiendo que cada uno de ellos tenga su momento en el que poder brillar.
Hasta aquí, Cobweb me estaba pareciendo la gran “sleeper” de este año y una auténtica delicia para los seguidores del género. Pero cuando se acerca al albor del tercer acto, todo decae hasta unos límites que me eran imposibles de presagiar. El juego de silencios incómodos y paranoia se ve suplantado por un ruido de violencia molesto, que deriva en una resolución final demasiado pobre. Esa pesadumbre psicológica que atormentaba tanto a los personajes, como al público, pasa a ser un festín de muerte y sangre que no congenia nada con la otra parte de la película. Que nadie me malentienda, me encanta la casquería y los monstruos brutos de “slasher”, pero aquí se sienten más como una imposición del estudio o la típica traca final de pirotecnia que se usa de distracción para tapar algo que tampoco era muy bueno —que no es el caso de este filme—. Es una lástima, pero desde que empieza el tren de la bruja todo emprende un descenso de calidad alarmante; coronándose con un final digno de las películas de terror más toscas y poco imaginativas que plagaron las carteleras al principio de los dos mil.
Es una lástima que al salir de la sala tengas este regusto amargo, pero estaría siendo muy injusto con todos lo bueno si me quedara solo con esto. Dentro de Cobweb habitan dos películas, una es brillante y la otra, pues no lo es tanto y el contraste con la primera no le ayuda en nada. Pero de verdad, creo que esos más de tres cuartos de metraje iniciales ya justifican tu tiempo como espectador.