3 Butacas de 5
Que nadie se engañe. Ver a Jason Statham luchando contra tiburones prehistóricos gigantes significa ver una película capaz de contener todo su argumento en el póster. Pero partiendo de ahí, la secuela de Megalodón (2018) es una apuesta segura para los aficionados a las explosiones y los bichos gigantes: una especie de peli de tarde del subgénero “animal absurdamente grande viene a comerte”, solo que hecha con dinero de verdad. O lo que es lo mismo: toda la diversión mamarracha y desvergonzada de una serie B, pero con el envoltorio de un blockbuster. Megalodón 2 ha perdido todos los complejos de su predecesora, y se nota. Abrazar el espectáculo por el espectáculo era lo mejor que le podía pasar a esta saga.
Al mismo tiempo, sin embargo, hay que reconocerle a Ben Wheatleysu afán por no dirigir el enésimo refrito de Tiburón. Aunque es cierto que el desenlace es predecible y que sus diálogos no van a ganar ningún premio, Megalodón 2 sorprende con una refrescante mezcla de géneros que hace que sus dos horas de duración pasen volando. La primera mitad, una aventura de exploración más afín a 20.000 leguas de viaje submarino o a Prometheus que a la típica película de monstruos sembrando el caos, hace soñar con que la tercera entrega transcurra íntegramente en la fosa, un ecosistema maravilloso, aterrador y repleto de criaturas desconocidas. Es al subir a la superficie cuando se acentúan los lugares comunes y todo se vuelve más plano, pero me parece imposible seguir enfadado por este cambio de registro después de ver a Jason Statham pegarle una patada en el morro a un bicho de 15 metros de largo.
Dicho esto, resulta absurdo profundizar en los defectos formales y argumentales de Megalodón 2, porque son justo los que uno podría imaginarse sin haberla visto siquiera. Pero es que venir aquí buscando un sofisticado drama psicosocial es como hacerse trampas jugando al solitario. La película da lo que promete: desconexión neuronal, adrenalina y carcajadas de incredulidad. En este sentido, si no me rindo por completo ante semejante fanfarria de idiotez submarina no es porque pretenda que una montaña rusa me cambie la vida, sino porque hay algunos aspectos que sí podrían haberse mejorado sin necesidad de remar en contra de la propuesta. Para empezar, la calificación de PG-13 le pesa como una losa, y es que es una película que habría ganado mucho si no escatimara en sangre y escenas explícitas. Buenas noticias para los padres, malas para los fans de la casquería.
Otro problema es que, en ese ejercicio tan estimulante de recombinar temas y géneros distintos, sus referentes son tan claros que no le dejan tener personalidad propia. Son décadas de títulos cortados por el mismo patrón, pero voy más allá. Por mucho que el tráiler arrancara con la chulería de Meg merendándose un tiranosaurio como si nada, la realidad es que Megalodón 2 parece un homenaje involuntario a Jurassic Park, reciclando varios recursos de esta y hasta calcando un par de escenas. Y el tufillo que desprenden sus protagonistas a secuela de la saga Fast & Furious tampoco ayuda a generar sensación de peligro. Pero, con todo, el resultado final es un sí. Sí a la diversión, sí al cine de verano y sí a los tiburones gigantes. Si en esta aparecen tres, para la próxima espero al menos diecisiete. O los que quiera Jason Statham.