4 Butacas de 5
Decía Arthur Schopenhauer, filósofo alemán que basó buena parte de su vida y obra en la reflexión sobre la felicidad auténtica, que la vida sólo es la muerte aplazada. También decía que “únicamente podemos ser enteramente nosotros mismos mientras estemos solos, pues quien no ama la soledad tampoco ama la libertad, porque sólo cuando estamos solos, somos libres”. Algo parecido debió pensar Pierre Anthon, uno de los adolescentes que protagonizan la película que nos atañe, que decidió romper con todas las reglas establecidas, abandonar la escuela y subirse a un árbol a ver la vida pasar. Nada tiene sentido para él; en sus propias palabras, todos somos copias de copias, vamos a morir inevitablemente y nada de lo que hagamos tendrá un significado. Esta visión de la vida que muchos hemos podido tener en la etapa existencial en la que debemos decidir qué vamos a ser en nuestro futuro (pues, como bien se expone en el film, el sistema imperante nos dicta que a los dieciocho años debamos empezar a buscar ser alguien o algo) entronca con el pesimismo filosófico de pensadores como Kant, Hegel, Nietzsche, Wittgenstein, Camus, Cioran o el nombrado Schopenhauer, pesimismo intrínseco en la filosofía europea moderna y posmoderna que indica que, como no hay nada que dé sentido a nuestra existencia, uno debe adoptar ciertas actitudes éticas frente a esa nada que da nombre a la obra que nos ocupa. Así pues, INTET (Trine Piil Christensen, Seamus McNally, 2022), basada en la novela de Janne Teller, toma el lexema de la palabra nihilismo (negación de un fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral), nihil (nada en latín) para plantearnos una serie de preguntas: ¿Hay algo que tiene valor real en esta vida? ¿A qué cosas damos importancia? La respuesta a la primera cuestión por parte de Pierre Anthon, NADA, conduce a sus compañeros de aula a dar respuesta a la segunda. Así las cosas, cada uno de los jóvenes decidirá hacer ofrendas de lo que realmente les importa, siendo cada uno de los sacrificios que aquí encontramos más atroces que sus predecesores, lo que hace que el largometraje de Christensen y McNally gane en intensidad e impacto emocional a cada minuto que pasa, dejando un regusto agridulce en el espectador: agrio por la crudeza de lo que vemos (Michael Haneke o Lars von Trier podrían ser los firmantes de la pieza); dulce porque los múltiples mensajes que nos regala esta gran obra nos seguirán haciendo pensar durante largos días.
Y si seguimos hablando de filosofía, siendo la que nos ocupa una película danesa, no podía faltar la presencia de Søren Kierkegaard, padre del existencialismo, en esta ecuación. A la perspectiva kantiana que mantiene todo el conjunto (sólo tenemos acceso al mundo como representación) se une una reflexión que va a acompañarnos hasta los últimos compases del metraje: ¿Por qué estamos vivos? ¿Sólo para consumir? Esta cuestión, que sirve como punto de partida y piedra angular de la angustia existencial personificada en los jóvenes, encuentra su mayor apogeo en el tramo final de la película, cuando la teoría del ruso Mijaíl Bakunin, “la destrucción es creadora”, cobra vida y la cinta nos deja una reflexión más, esta vez relacionada con el arte y el mercantilismo de lo aciago, dejando el mensaje, cada vez más patente en la hodierna sociedad, de que todo se puede vender, hasta lo más íntimo y personal.
Si a esto añadimos los conceptos nietzscheanos de voluntad e instinto como contrapunto a la razón (en un momento de la película se dice que “el 99% de nuestro ADN lo compartimos con los chimpancés”) que sirven como motor y combustible de las acciones de los personajes principales, nos queda un film destinado a ser un clásico en la asignatura de Filosofía en institutos y universidades en un futuro cercano. Mientras esto sucede (o no), sigamos reflexionando sobre si realmente existe algo esencial que hace que la vida cobre sentido o si el fuego acabará abrasando todo lo que nos importa.