4 Butacas de 5
Aisha, película irlandesa que se estrena en cines este 30 de junio, es una cinta de visión obligada. Y es que, más que verla con los ojos, hay que ensanchar la mirada y saber apreciarla con el alma.
En un momento en el que todo se debate (otra palabra más prostituida en este tiempo nuestro, pues los monólogos de sordos a base de zascas y machetazos son la antítesis del diálogo), su director, Frank Berry, apuesta por una historia sencilla: tras haber huido de su país para salvar la vida, después de que su padre y su hermano fueran asesinados, una joven nigeriana está en Irlanda como solicitante de asilo y trata de conseguir un “sí” de la Administración para regularizar su situación y traer consigo a su madre, perseguida por los mismos fanáticos asesinos que destrozaron su hogar.
Decimos que es sencilla en cuanto a que el director no se centra explícitamente en el complejo proceso de dolor de la protagonista, Aisha (Letitia Wright), sino que, más con silencios que con giros emotivos, dirige la mirada a un proceso burocrático frío, interminable y que en el fondo no se guía por criterios objetivos, sino en la suerte o en que lo denunciado sea creído por el funcionario de turno.
En este particular vía crucis por el que esta joven y muchos otros inmigrantes se ven obligados a vivir en barracones o en centros de internamiento en los que carecen de los más elementales derechos, su día a día pasa por esperar que les llegue una carta en la que un “sí” o un “no” delimite el resto de su destino vital.
En el caso de la protagonista, su único rayo de esperanza es Conor Healy (Josh O’Connor), un joven al que las adicciones llevaron a la cárcel y que, tras dejar atrás su pasado, se gana la vida como agente de seguridad en el centro que Aisha vive como otra prisión gracias a un director que no soporta que, por ser musulmana, compre su propia carne y pida que la calienten treinta segundos en un microondas.
Connor es el único que ve en ella el tesoro que esconde. Desde su profunda humanidad, con la simple naturalidad de alguien que simplemente se preocupa por el sufrimiento ajeno, habla sin prejuicios con quien para el resto solo es “una inmigrante”. Y ahí es como, poco a poco, surge la amistad.
Y el amor… Aunque ella se niega toda posibilidad de abrirse a él. No al menos mientras no consiga escapar del infierno que la persigue: la Administración le exige constantemente que vuelva al oscuro día en que su vida se rompió y “cuente todo con detalles”. El trauma que se intuye en un silencio atroz nos hace imaginar solo una mínima parte del horror que evoca ese recuerdo.
Aisha es una película que debe ver todo aquel que se asome al fenómeno migratorio con la falsa curiosidad de llenarse de argumentos en un debate que estará trufado de prejuicios. Si simplemente optamos por acercarnos desde el respeto a una realidad que marca la vida de decenas de millones de personas en todo el mundo, también debemos ver esta película. Será mucho lo que aprendamos. Porque los hechos nos llenan la mente y el alma mucho más que las moralinas desencarnadas.