4’5 Butacas de 5
Este es uno de esos textos que he necesitado reposar. Pues el otro día salí del cine sabiendo que había visto un muy buen INDIANA JONES, seguramente a la altura de las 3 primeras que marcaron una infancia. Pero ese es el problema, la infancia que muchos de los espectadores arrastramos.
Ya no podemos quedarnos fascinados tanto como entonces, nuestro listón está demasiado alto y eso a la hora de juzgar el producto puede ser peligroso.
Por eso he necesitado la perspectiva del tiempo para contestar a la pregunta de por qué no he salido del cine con la emoción que esperaba.
La respuesta clara es que el problema soy yo, como lo seréis vosotros.
¿Por qué?
Porque la película cumple con la escaleta perfectamente. Porque es fiel al clásico, porque su ritmo es trepidante desde el primer segundo, sus pausas son magníficas, necesarias para respirar, su tono nostálgico es fiel sin pasarse, sus interpretaciones divertidas y contenidas…Los chistes bien ejecutados y contados, los nuevos personajes perfectamente dibujados, hasta el CGI de rejuvenecimiento, todavía aún por mejorar; está mucho mejor que en experimentos como “El Irlandés”. También es cierto que no basta con rejuvenecer, hay que poner a un señor de 30 años corriendo y no a uno de 80 con la cara rejuvenecida. Bien hecho en este caso.
Todos sus efectos no cantan a ordenador y pantalla verde por todos lados, descubriendo que la combinación perfecta es la que pinta sobre rodado, no la que empasta al personaje sobre pintura digital.
La llegada de viejos personajes es maravillosa, la eliminación de otros de la cuarta un acierto.
Nadie podrá decir que el último acto es una locura pasada de imaginación, pues si flipamos con el poder del arca de la alianza en la primera, el vudú y las manos que sacaban corazones en la segunda y que el grial curaba un disparo en la tercera no tenemos derecho a toser nada de los que aquí vamos a ver. De hecho, puestos a imaginar, es la mejor de las vueltas de tuerca posibles para nuestro querido Indiana. El homenaje que se merecía.
James Mangold respeta al señor Steven Spielberg, le rinde homenaje y le añade algo no visto hasta ahora en la saga.
Un personaje femenino a la altura. Bien es cierto que Marion siempre fue ese contraste de carácter al que nos presentaban teóricamente fuerte por aguantar más vodka que un gordo borracho, pero no tenía el peso intelectual, fuerza y desparpajo de una Phoebe Waller-Bridge que se lleva la función de calle. Hasta el punto de, ¿por qué no? convertirse en digna heredera del arqueólogo, a diferencia de su propio hijo interpretado en la cuarta por un LaBeouf al que mejor haber eliminado de la ecuación.
Bien es cierto que por momentos se hace larga. Y el problema es que es más larga que las clásicas. Media hora más para ser exactos.
Recordemos que la única que pasaba de las 2 horas era LA ÚLTIMA CRUZADA y se pasaba solo por 7 minutos.
No sé qué le pasa a la capacidad de síntesis actual de los guionistas, pero esa era mi sensación al final de la película. Como si le sobrara esa media hora que no necesitaron sus antecesoras.
¿Quizás una de las persecuciones con caballo era innecesaria? No lo sé, pero el caso es que se hace larga y quizás ese sea el principal problema.
Uno terminaba las antiguas queriendo más Indiana, como si se le hubiera hecho corto el viaje. Eso era el mayor de los cumplidos, no se mejora por darle respuesta a esa necesidad emocional dándonos media hora más, que al final nos deja con esa sensación en el último tercio de “Vengaaaa… Indy venga, que tengo cosas que hacer”. Siempre menos, es más. Pero igual soy yo, que estoy con esa bandera de volver a la hora y media de película de los ochenta.
Más allá de eso, ante los temerosos de una nueva cagada saca cuartos decirles que:
Indiana Jones vuelve con fuerza. Bueno, quizás fuerza no sea la palabra, pues su falta de energía es el mensaje con el que nos deja, diciéndonos desde el personaje y el propio actor, que le dejemos en paz. Que agradece que le queramos pero que ya no puede más. Y aún así nos regala una despedida como se merece. Sacando ese último reducto de energía y poniéndose el sombrero por nosotros una vez más, sin fliparse, que el hombre es consciente de que los años pesan.
Se agradece y se le aplaude. Emociona y mantiene la tensión.
Pero uno no sale del cine con la sensación de ese niño que quiso ser arqueólogo. Y seguramente los niños cuyos padres le hayan presentado a Indiana con las pelis anteriores tampoco saldrán así. Quizás los que vayan vírgenes si sientan eso, no lo sé.
Pero es muy difícil recuperar ese primer amor, ese pellizco de infancia, aún no existe la saga o peli que lo haya hecho y este sigue sin ser el caso.
El reto en este caso es estar a la altura del mito y sin duda ese es un deber cumplido en este DIAL DEL DESTINO.
Si algo es gustoso es la manera sutil del tema tratado. La tecnología puede ser nuestra amiga y al mismo tiempo nuestra peor enemiga. Puede ser arma de fantasía y al mismo tiempo cercenadora de la misma. Por ello, al entrar en el amor de Indiana por el mundo antiguo, podemos entender nuestro propio rechazo y desapego por esos alumnos que prefieren mirar a la luna en vez de a la historia de nuestra tierra.
Es un interesante debate planteado en el marco de este, al fin y al cabo, blockbuster.
Es tratar a ese universo científico, sin marcianadas como en la cuarta. Y al mismo tiempo, utilizar dicho argumento para aceptar de la manera más directa hacia la propia saga y el cine, que ya está todo inventado y solo nos queda rendir homenaje a los creadores iniciales de la mejor de las maneras. Por eso he recibido ese final, sin spoilers, como un James Mangold diciendo a Spielberg… “yo me quiero quedar aquí contigo, en aquel entonces, aprendiendo, rindiéndote pleitesía y saboreando un tiempo que ya no volverá a las pantallas.”
Por suerte siempre llega una hostia a tiempo.
En un momento del filme, el mítico Sallah, interpretado por John Rhys-Davies, define perfectamente la esencia de esta saga, de este personaje y del porqué de esta nueva película. La estabilidad y vivir de los logros pasados está muy bien, pero cada mañana duele el peso de no tener una nueva aventura por la que luchar y soñar.
Tiene razón y, solo por eso, es digno de agradecer que nos hayan devuelto una vez más a nuestro arqueólogo favorito.
Que los acordes de John Williams nos hayan vuelto a poner los pelos de punta.
Qué los puñetazos vuelvan a sonar a ese sonido que solo suena cuando Indy golpea o es golpeado; que, una vez más, suene el grito Wilhem por parte de algún extra que sale por los aires.
Que al final amigos, el viaje a nuestros anhelos pasados, siempre nos devuelve a un lugar de reconocimiento por quienes fueron aquellos que nos hicieron amar nuestro presente actual.
Solo por ello… “¡Machácalos Indiana Jones!”