Tras una rápida secuencia en la que, a través del montaje, vemos como al joven Paul Carpenter (Patrick Gibson) todo le sale extrañamente mal precisamente la mañana en la que tiene que llegar puntual a una entrevista de trabajo (el despertador no suena, la tostadora se estropea, pierde el autobús…), nos encontramos con uno de los elementos que más claramente nos permiten entender lo que pretende La Puerta Mágica y a qué público se está dirigiendo. Después de llegar tarde a la entrevista y perder su turno, el protagonista encuentra por casualidad una entrada escondida en el lateral de un edificio cochambroso junto a un cartel que anuncia otra oportunidad de trabajo. Paul, que no tiene nada que perder, decide entrar, y la entrevista resulta ser de lo más particular: las preguntas poco tienen que ver con las aptitudes profesionales convencionales, y los entrevistadores son, como mínimo, pintorescos. Sin embargo, aunque Paul no tenga ni idea del puesto para el que se ha presentado, acaba siendo contratado. Poco después, descubre que se trata de una empresa encargada de cumplir los deseos de sus clientes a través del arte de la casualidad y la magia de las corazonadas.
Esta inmersión repentina en un mundo mágico, que, sin embargo, convive perfectamente con el Londres contemporáneo, recuerda decididamente a Harry Potter, y parece que su público objetivo es el mismo que el de la popularísima saga cinematográfica. No es difícil establecer un símil entre ambos mundos, e incluso podemos encontrar referencias casi directas: esa entrada lateral al edificio que tan sólo ven los que tengan cierta intuición cercana a lo mágico no es tan diferente del andén 9 ¾ de King Cross. Así, la película intenta replicar tanto ese tono de fantasía en clave de cine de aventuras juvenil propio de la saga de J.K. Rowling y de tantas otras que vinieron después, como la aproximación a la magia y lo sobrenatural de las historias de Roald Dahl, en las que lo extraordinario está a plena vista de todo el mundo, aunque sólo algunos se dan cuenta de ello.
De este modo, asistimos a las aventuras de Paul para completar la misión que le encargan desde la dirección de la empresa ( con intérpretes de la altura de Christoph Waltz y Sam Neill entre sus altos cargos): encontrar una puerta mágica que se ha perdido, y que permite transportarse hasta cualquier lugar a quien sabe cómo utilizarla. Así, la búsqueda se desarrolla con razonable interés, y se nos permite intuir alguno de los elementos que componen el mundo fantástico que se nos presenta, aunque siempre tenemos la sensación de estar apenas asomándonos a todo el potencial que parece albergar la premisa. Es notable el esfuerzo por plantear el realismo mágico como motor fundamental de la película, aunque no resulte demasiado evocador y esté tratado con cierta superficialidad.
Formalmente, la película es discreta, y a menudo parece que estemos viendo una producción estándar de cine directo a plataformas digitales, pero la realización siempre trata de favorecer el ritmo del relato. A pesar de cierta impersonalidad y la sensación de estar asistiendo a una muy modesta introducción a un mundo mágico que no acabamos de apreciar en toda su escala, ‘La Puerta Mágica’ consigue destacar por la fuerza de sus ideas en el género de la fantasía, algunos grandes actores y una experiencia a la que, teniendo en cuenta sus pocas pretensiones y el público al que va dirigida, se le pueden poner pocas pegas.