4’5 Butacas de 5
Después de deslumbrar al mundo con aquella mastodóntica cinta llamada La gran belleza (La grande bellezza, 2013), reafirmarse en su fórmula de elegancia y grandilocuencia con La juventud (La giovinezza, 2015) y crear una de las mejores series de la actualidad como The young pope (Il giovane Papa, 2016), Paolo Sorrentino se consolida como uno de los más talentosos e interesantes cineastas del siglo XXI con su nuevo trabajo: Silvio (y los otros) (Loro, 2018). Originalmente estrenada en un díptico compuesto por dos piezas de 100 minutos, este peculiar biopic de Silvio Berlusconi nos llega a España en un sólo metraje de dos horas y media (dicho sea de paso, desde aquí se pide que nos llegue la versión completa en el blu-ray), algo que no eclipsa, ni mucho menos, la grandeza que, nuevamente, deja patente el cineasta italiano.
Sé que, a muchos de ustedes, como al que escribe las presentes líneas, la palabra biopic le genera en su mente y en su alma cierto rechazo, pues pocas palabras en este mundo evocan de una manera tan poderosa términos como predictibilidad, conformismo, linealidad, simpleza, déjà vu, hastío o pereza. Enmarcar en una obra fílmica la vida de alguien que habita o ha habitado entre nosotros casi siempre implica narrar hechos que ya conocemos o que podemos conocer a un sólo click de ratón. En este caso, como en ejemplos preexistentes (Yo, Cristina F, Yo, Tonya, Amadeus, Andrei Rublev, Pechos eternos o Dallas Buyers club, por mencionar algunos), el director de Un lugar donde quedarse (This must be the place, 2011) rehúsa la posibilidad que ofrece la gran hemeroteca existente sobre la figura de Berlusconi de hacer una biografía convencional y se lanza a crear, deconstruyendo y reconstruyendo la realidad, su propio relato.
Uno de los primeros avisos que detectamos a este respecto es el hecho de que Toni Servillo, actor habitual de Sorrentino y que aquí encarna a la perfección al político y empresario italiano, no aparezca hasta pasados los primeros 25 minutos. De esta manera, el cineasta napolitano aprovecha el relato que tiene entre manos para hacer lo que más le gusta: diseccionar, retratar y exaltar la belleza del Ser humano (especialmente la belleza corpórea de la mujer), su melancolía y su hipocresía. Así pues, durante los primeros compases de metraje vemos distintos personajes que ejemplifican, a la manera sorrentina, la búsqueda de poder, la satírica pomposidad que conlleva el mismo y la magnificencia que envuelve a dichos personajes y a las ciudades italianas que habitan.
Pasados esos minutos lo que nos espera es un retrato/parodia de la figura de Silvio Berlusconi que expone desde su vida política a su vida privada, pasando por su incursión en los negocios (fútbol, televisión, venta y compra de pisos…), todo ello visto desde un prisma tan afilado como irónico, tan cómico en sus formas como triste y agridulce en el poso que queda en el espectador al final del visionado. Estamos, pues, ante la versión personal e hiperbólica de El lobo de Wall Street(Martin Scorsese, 2013), donde vemos al magnate italiano como un guiñol (como prueba véase el maquillaje facial de Servillo durante todo el film), un títere en manos de un marionetista que aprovecha los acontecimientos de la vida del personaje real para deformarla a su gusto y al gusto del espectador que quiera disfrutar desde su butaca de la sátira que lleva consigo la película que nos ocupa. No es que se requiera de muchos esfuerzos para convertir en paródicos unos hechos ya de por sí proclives a la comicidad, pero sí requiere de una maestría cinematográfica relatar en 150 minutos (200 en la versión primigenia) toda la vida de un personaje, real, pero ficcionado hasta el extremo, sin perder interés ni originalidad en toda su duración.
Mayor logro es mantener el nivel artístico, ya no durante toda la película que nos concierne, sino a lo largo de toda una carrera, como es el caso de Paolo Sorrentino. Aquí, por no hacer mudanza en su costumbre, nos deja en cada uno de sus planos una pieza de arte. La bella fotografía del ya asiduo en la filmografía de Sorrentino, Luca Bigazzi, no hace más que aderezar y ensalzar un guion que da tanta importancia a los silencios como a la naturaleza humana, pues, no se equivoquen, es ésta, la condición del Homo Sapiens en su entorno y hacia el prójimo, la que, a la postre, conforma y estructura el significado y propósito de la obra (la pretérita y la presente) del cineasta nacido en Nápoles.
Para finalizar, podría hablar de los distintos planos y ángulos que utiliza el director de Il divo para regalarnos otra joya que poco tiene que envidiar a su Magnum opus. También podría hablar de la maestría que vuelve a demostrar Toni Servillo por partida doble (esa escena donde interpreta a dos personajes es impagable). O podría explicar las múltiples metáforas presentes en la obra (el descenso del Jesucristo en presencia de los doce “apóstoles” en los créditos finales dan buena cuenta de ello). En su lugar, me limitaré a recomendarla encarecidamente a cualquier ente que tenga el séptimo arte como una de sus pasiones, pues estamos, simple y llanamente, ante una de las grandes películas que nos dejó el pasado 2018 (véase mi TOP 10 aquí: http://www.la-fm.es/2019/01/02/el-top-de-mejores-peliculas-en-el-2018-de-eduardo-bernal/).