4 Butacas de 5
Sin haberlo planeado, Paul Schrader (sellado en la historia del cine como el guionista de Taxi Driver) ha dedicado sus últimos años a la realización de una trilogía que comparte una propuesta formal para explorar temas similares. En First Reformed, Ethan Hawke era un cura atormentado por la crisis climática, en The Card Counter, Oscar Isaac es un jugador de póker lidiando con un pasado criminal y en El Maestro Jardinero, Joel Edgerton es un jardinero que ha dado vuelta su vida y ahora está en un programa de protección de testigos.
Y en las tres, los hombres son personajes estoicos, atormentados por crisis que no los terminan de consumir. En las tres, los hombres escriben en diarios en habitaciones oscuras mientras Schrader revela en voces en off las turbulencias de sus corrientes de consciencia. En las tres, los hombres se vinculan con jóvenes que los podrían acercar a algo así como la redención. Se hace inevitable hablar de El Maestro Jardinero en comparación con las últimas dos cintas de la filmografía del director, pero es que pareciese estar hablando de lo mismo, inspeccionando el estado mental actual de la sociedad norteamericana mientras busca una solución frente un mundo de moral escurridiza se rehúsa a dársela. Solo que, en esta última película, parece haber hallado una respuesta.
Narvel Roth, el personaje de Edgerton, podría confundirnos a primera vista, rodeado de un jardín impresionantemente bien cuidado. Mantiene el control de cada mínimo detalle y vive de forma modesta en una casita instalada en los aposentos del campo. Cuando su jefa le pide acoger a una protegida, una chica que se ha involucrado con la gente equivocada y quiere rectificarse, Narvel se vuelve a vincular con un pasado violento, que se nos devela de a poco, y donde el hombre tiene la oportunidad de demostrar que ahora es otro.
Sin entrar en spoilers, El Maestro Jardinero presenta al personaje más controversial de la trilogía. Las cosas se ponen oscuras y siniestras, muy en la línea del género criminal que Schrader ha abordado desde distintos ángulos, pero su discurso es diferente. Así que durante gran parte del metraje estamos ante un drama meticuloso, que se desenvuelve con la precisión maestra de sus últimas películas, abordando temas que incluso pueden parecer repetitivos al son de la banda sonora onírica y omnipresente de Devonté Hynes. Pero al final, Schrader nos plantea algo menos nihilista y más optimista, algo que cierra la trilogía y bien podría cerrar su carrera en una nota diferente al joven rebelde y enojado con el mundo que usaba el cine para desquitarse. La gente cambia.