2 Butacas de 5
En los 90, muchas adolescentes españolas veían la serie Los problemas crecen porque estaban enamoradas de Mike Seaver, personaje protagonizado por un joven, guapo y rebelde Kirk Cameron. Los años pasaron y las cosas cambiaron. También para el propio actor, que, horrorizado por el estilo de vida de Hollywood, se alejó por completo de la industria y, fiel a sus nuevas y fuertes creencias religiosas, desde entonces solo participa en lo que él denomina “películas provida”.
Sin duda, Marca de vida, estrenada en los cines españoles este 14 de abril, entra en esta categoría. No solo eso, sino que podríamos decir que se lleva “el Mundial del cine provida” … Y es que su alegato a favor de la adopción en caso de un embarazo no deseado es notorio desde el principio al fin de la cinta. Estamos, pues, ante un cine militante.
Dirigida por Kevin Peeples, protagonizada por Raphael Ruggero y con un amplio elenco de personajes secundarios (Cameron entre ellos), nos narra la historia de una adolescente y su novio que, tras un complejo proceso, aceptaron que no podían ser padres, pero también que debían ayudar a otros que sí querían serlo. Y le dieron su recién nacido a una pareja que acababa de perder a sus dos hijos pequeños… Los años pasaron y, llegada la mayoría de edad para nuestro joven protagonista, este aceptó conocer a sus padres biológicos.
El argumento es correcto y, estructuralmente, la película sigue los cánones habituales. El único problema es el de todo cine militante (como el que es excesivamente laudatorio con un personaje histórico, ofreciéndonos únicamente sus luces y escondiendo todo rastro de sombra) … Y es que se dirige exclusivamente a un determinado sector del público y ni siquiera se plantea interpelar al resto.
Tratando una cuestión sin duda interesante, lo habría sido aún más que hubiera querido salir de su zona de confort y, sin perder su identidad ni su objetivo (la inmensa mayoría de las creaciones artísticas tienen un anhelo íntimo, lo que no es en absoluto negativo), se hubiera arriesgado a incluir matices en las tramas y en los personajes.
Porque, una cosa es que una obra elija ser “blanca” por definición, pero otra es que renuncie a la misma esencia del cine: ofrecernos un universo encarnado en nuestra realidad. De carne y hueso. Con aristas. Con matices. Y es que, si no, la sal se vuelve sosa…
Eso mismo nos lo advierte un Evangelio que pretende alumbrar Marca de vida desde el principio hasta el final. Es una película religiosa, en la que Dios está presente en todos los rincones (en las expresiones constantes y a través de un alud de cruces, ya sea en la vestimenta de los personajes o colgadas en las paredes de sus casas). De ahí el pesar por la oportunidad perdida al no querer adentrarse en una fe que seduzca o que nos sitúe ante la batalla del alma que, en un momento dado, en cualquiera mínimamente abierto a la trascendencia puede brotar.