4’5 Butacas de 5
“Sí a la muerte. Sí a la vida. Sí a todo”. Esta frase, que la protagonista nos regaló en una entrevista televisiva muchos años atrás, refleja perfectamente el alma libre y poliédrica que trata de bosquejar en parte el documental María Casares, la mujer que vivió mil vidas, dirigido por Xavier Villaverde y que se estrena en cines este 10 de marzo.
A lo largo de sus 102 minutos de duración, la cinta recorre muchos episodios de una biografía única y ciertamente imposible de cubrir por completo. Y es que, pese a los muchos testimonios de expertos que nos hablan de ella y de los numerosos momentos en los que la oímos hablar en la citada entrevista o en grabaciones de sus obras de teatro o películas, queda una clara sensación de que un personaje de tal magnitud es difícil de retratar en toda su extensión.
Porque, ¿quién es María Casares? ¿La hija de Santiago Casares Quiroga, el emblemático referente de la II República (varias veces ministro hasta ser presidente de Gobierno) que, tras la derrota en la Guerra Civil, tuvo que marchar al exilio? ¿Es ella misma una refugiada que solo pudo volver a España cuarenta años después, al morir Franco, y que jamás se atrevió a regresar a su Galicia? ¿Es una actriz colosal que conquistó Francia y que reinó especialmente en el teatro? ¿Es la amante de Albert Camus, el mito del existencialismo con el que compartió su vida durante 15 años, hasta su trágica muerte en un accidente con su coche?
Es todo eso… y muchísimo más. Como desliza magistralmente Villaverde, es un personaje sugerente, mágico, fascinante. Es la niña que guarda en la retina la imagen de su padre, cual torero triunfante, llegando a casa en brazos de un entusiasta pueblo coruñés tras salvar la vida después de ser condenado a muerte por el régimen de Primo de Rivera.
Lejos de ser un instante mítico, a ella le quedó la impronta del pelele que nos regaló Goya. Y es que, como su mismo padre le dijo entonces, “hoy el pueblo nos tira flores, pero mañana pueden lanzarnos piedras”.
Esa niña, que esquivaba a los nazis en París, que sufría por los años sin ver a su padre y que se adaptó a una madre con varios amantes que, con su amistad, le inculcó ese espíritu indomable y genuinamente libre, es la joven que jamás quiso crecer. Y esa pudo ser una de las claves de su éxito: esa mujer que ya se iba ajando, fiel a sus arrugas y potenciando su vozarrón a base de engullir cigarrillos, fue un animal desatado en las tablas y ante las cámaras.
Pero lo suyo no fue solo pasión, como acierta a reseñar el director a través de los entrevistados: fue entrega a un método, rigurosa preparación de los textos y de los personajes. Y luego ya sí, desde ese estudio minucioso de cómo podía crecer alimentando en sí misma a cada personaje, potenciar su alma desde un volcán descontrolado. Arte vivo.
El documental acierta al retratar en su intensidad y en su presentismo a quien optó por consumirse personalmente con ese modo de actuar. Como no podía ser de otro modo, “veinte años después de su muerte, ya los franceses se están olvidando de quién fue María Casares”. Y es que ella no se dedicó a cultivar la memoria que dejaría ante el mundo (aunque nos regaló sus maravillosas memorias en Residente privilegiada), sino que, simplemente, cada noche en la que actuaba, se prendía fuego a sí misma como un fósforo y, simplemente, se consumía, no quedando nada de ella.
Y, si eso ocurre en la Francia que hace de la entrega al arte un culto que forma parte de su identidad nacional, qué no ocurrirá en la España ingrata donde todo se olvida. Y mucho más si hablamos de alguien que, por circunstancias vitales, aquí solo estuvo en su infancia (cuyo recuerdo la nutría espiritualmente; de ahí la idea de no volver jamás a la Galicia que dejó de ser con la guerra) y algunas otras veces ya en su etapa final.
Por eso es de aplaudir el esfuerzo hercúleo de Villaverde. Ojalá sean muchos los que quieran saber quién fue María Casares. Cada uno de ellos, a buen seguro, se quedará prendado con una imagen del caleidoscopio. Pero, sea la que sea, vibrará con una película que, en sí misma, es una obra de arte. Y es que la protagoniza alguien que vivió mil vidas y que encarnó desde las entrañas a Catalina la Grande o, como hombre, al Rey Lear y hasta al mismísimo Papa.