5 Butacas de 5
Sintiéndolo mucho es la última genialidad de Fernando León de Aranoa. Tal vez, la más meritoria de todas, pues, a caballo entre el documental y la película, consigue mostrarnos en su desnudez a uno de los artistas españoles más geniales de nuestro tiempo: Joaquín Sabina.
El espectador queda impresionado al comprobar que estamos ante un trabajo que se inició en 2009 y que, a modo de retazos de pasión, ha ido bosquejando distintos momentos vitales del cantautor en su etapa de madurez, hasta hoy mismo. Y es que, a sus 74 años, no es el mismo Sabina el que aún componía canciones en Ronda en noches de cogorza que el que admite, al final del todo, que ya no será “capaz” de escribir la canción más bonita del mundo. Para ello, reconoce, se necesita un punto de utopía bisoña, de fuego en las entrañas, que hasta hace dos décadas aún creía que podía conservar.
Lo genial es que esto lo explica con naturalidad, añadiendo que “a mí también me gustaban más los primeros discos de Dylan”. Pero, en este caso, quien se asoma al documental de León de Aranoa puede establecer por sí mismo otra conclusión: a Sabina no le sobran años (sigue siendo un niño que sueña), sino que su problema es que está sinceramente enamorado de su “Jime” y él sabe bien que “las mejores canciones de amor son las de desamor”.
De ahí el gran mérito de las dos horas de cinta: no nos muestra al Sabina rompedor de los 80 y 90, en los que era un león indomable entregado al “sexo, drogas y rock and roll”. El actual es alguien que ha pasado “de la adolescencia a la ancianidad sin pasar por la madurez”, una persona vulnerable (todo artista ha de serlo necesariamente) y que ya no tiene en la noche crápula su gran asidero mental y hasta espiritual, la poción mágica de la que, como Astérix, siempre podía tirar para alimentar su creatividad.
Porque el maestro de Úbeda reconoce que carece de una excesiva imaginación, bebiendo en todo lo que cuenta de su propia experiencia vital. Así, es maravilloso observarle en el momento culminante de la película, cuando es él quien se hace pequeño ante alguien a quien admira, José Tomás, viendo además en directo cómo casi pierde la vida en el coso de Aguascalientes. Una dura noche mexicana en la que además él debía salir luego al escenario mientras el amigo (“quiero a ese chico con toda mi alma”) se jugaba la vida en un quirófano. Porque, ya sabemos, “el show debe continuar”.
Convencer a Sabina, tan celoso de su intimidad, sería un trabajo hercúleo para alguien que no fuera León de Aranoa, pues se nota que la amistad ha facilitado mucho el que una cámara capte momentos hilarantes como ver al poeta cantando con mariachis en honor de su idolatrado José Alfredo y con el recuerdo siempre presente de Chavela. Pero lo de José Tomás es realmente antológico, pues estamos ante alguien infranqueable para el gran público y que permite que se le grabe minutos antes de salir a torear y jugarse (literalmente, como se comprobó esa mista tarde) la vida. Ahí, se intuye, es la devoción tomasista por Sabina la que nos regala un instante único: íntimo, épico, espiritual. Pura liturgia.
Daría para otro gran documental ver quién se esconde detrás del José Tomás que llega a casa sin el traje de luces. Pero aquí estamos con otro maestro. Uno que sabe perfectamente que el del bombín es solo su otro yo, el público, mientras que nunca pierde de referencia quién es el Sabina hombre. El mismo que se nota que sufrió mucho en la Úbeda de su infancia (mientras soñaba con un mundo libre como el viento); el que quiere y admira a su padre (ese comisario de policía que tantas veces se ha contado que le detuvo, pero que también era escritor) más de lo que nunca se ha permitido reconocer; o el que es feliz sobre todas las cosas creando junto a Serrat, Pancho Varona (rompe el alma que sus caminos se están separando), Benjamín Prado o Leiva, con quien ha compuesto la canción que se acaba de llevar el Goya en Sevilla.
El documental, claro, aborda en su parte final el accidente que sufrió el cantante en 2020 al caerse del escenario del Palacio de los Deportes. Sí, esa fue la particular cogida del torero que soñaba serlo. Pero, más allá de ese momento dramático, que queda convenientemente recogido por la cámara (lo que refleja hasta qué punto León de Aranoa ha seguido al protagonista de un modo concienzudo), el gran mérito de la cinta es mostrarnos al héroe en su mayor debilidad: sufriendo dolores de parto ante toda gran actuación, en las horas antes de saltar al escenario.
Es ahí cuando vemos plenamente al hombre sin bombín. Al artista que agoniza de nervios antes de crear y enfrentarse al gran público, sabiendo siempre que puede ser derrotado, incluso aunque acumule medio siglo de experiencia en ese combate. Como Oscar Wilde en De Profundis, aquí estamos ante la obra definitiva y en la que cae la máscara del jolgorio para elevar al arte que se pule desde el dolor. Sí, Sabina lo ha conseguido: mostrándonos su desnudo, nos ha regalado la canción más bonita del mundo.