3 Butacas de 5
Lo primero que hay que decir de Mi querido monstruo, película china de animación que se estrena en los cines españoles este 10 de febrero, es que el título elegido para nuestro país no se corresponde en absoluto con la historia que nos transmite su director, Jiuanming Huang.
Será más atractivo a la hora de buscar la concurrencia del público infantil, pero es una trampa, pues Goodbye, Monster (Adiós, monstruo), su nombre original, es mucho más fiel a la esencia del film.
Y es que estamos ante una historia ambientada en la China milenaria (aunque en la imaginaria aldea del Kunlun) y en la que todos sus habitantes, que son monstruos (por lo que en realidad ninguno lo es), se ven afectados por un mal que amenaza con acabar con la vida: el “poder oscuro”.
Un misterioso embrujo que oscurece el alma de aquel que se ve invadido por él y acaba petrificado. Para evitarlo, un peculiar médico, Bai Ze, la gran esperanza de su maestro, trata de demostrar a todos que es “el mejor médico de Kulun”.
Entre las muchas dosis de humor y efectos especiales, necesarios en toda historia dirigida a niños, nos encontramos con una marcada lucha íntima que se refleja en varios escenarios y la protagonizan distintos personajes. Así, bullen la burla al diferente, el deseo por ser aceptado por los demás, la envidia, la tristeza…
Todo hasta ser conscientes de que el “poder oscuro”, la tristeza que a todos nos puede acechar en un momento cualquier de nuestra vida, es más eficazmente combatido con una simple acción: escuchar con los cinco sentidos, dejando a un lado las propias ideas o prejuicios preconcebidos, a aquel que sufre de melancolía o incomprensión.
Esto, que puede resultar básico, es lo que ha de aprender nuestro médico protagonista para dominar su arrogancia innata y en verdad ser “el mejor médico de Kulun” y salvar a sus vecinos. Mi querido monstruo es mucho más que una película infantil para divertirse. Ojalá que sean unos cuantos los niños que comprendan la lección que nos da Jiuanming: en este mundo frenético, a veces, es necesario parar y escuchar al otro. De conseguirlo, todos podemos ser médicos. Al menos, médicos del alma (que no es poco).