3 Butacas de 5
Llegada a los cines españoles este 27 de enero, la gran mayoría de reacciones que ha cosechado La vida sin ti coinciden en señalar que estamos ante una obra “irregular”. Pero… ¿acaso eso es malo?
La película francesa, dirigida por Laurent Larivière y protagonizada por una siempre magnética Isabelle Huppert, tiene éxito en su objetivo principal. Este no es conmover (aunque al final provoca este sentimiento con mucha fuerza) ni entretener (efectivamente, su estilo deslavazado impide conectarse completamente con la trama), sino hacernos pensar envueltos en la melancolía.
Un pensar que es ante todo sentir, pues está marcado por la pérdida vista desde muchos puntos de vista. La inicial, la separación fortuita de dos amantes que se ven traicionados por el destino cuando parecían abocados al reencuentro, marca el resto de pérdidas. Incluso aquellas de las que no somos conscientes hasta el final y que irrumpen como un auténtico aldabonazo en el alma.
Nada escapa a la mirada curiosa de Larivière: desde el amor aparentemente no correspondido hasta el giro de acabar sucumbiendo a él por conformismo o por excitación. También nos encontramos con hijos que anhelan ser amados por sus madres y modelan su identidad natural para adentrarse en su imperio de frialdad. O con la desesperanza del hombre que acepta sin más que su esposa le abandone por iniciar una aventura en Japón y el posterior desenlace silencioso protagonizado por esa misma mujer.
Sin olvidar, claro, al escritor existencialista, convulso y humorísticamente quijotesco que muere por ser besado por una estatua de hielo que, en el fondo, cuando ella es de carne y hueso, se aferra a él como un ovillo. Y es que hay muchos modos de amar…
Es, sí, una película muy irregular. Incluso difícil de seguir. En algunos momentos se sitúa en lo grotesco y en un par incluso nos hace reír. Pero en su mayor parte se ve marcada por el gris: un color bello, nostálgico, que en nada quiere decir vacío o pobre. Porque, cuando La vida sin ti echa el telón, te mueve a que, antes de ir a dormir, vayas a la habitación de tus hijos para comprobar que duermen plácidamente. Les das un beso en la mejilla y musitas para ti: “Viva la vida”.
Esto no lo consigue una vulgar astracanada sin sentido. Al contrario, lo logra una especie de Luces de bohemia en la que el espíritu contemporáneo de un Valle-Inclán francés nos deja más preguntas que respuestas.