2’5 Butacas de 5
Hay muchas formas de afrontar en una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial el horror del totalitarismo y la lucha por la supervivencia en un régimen absoluto que se derrumba. Se puede ir desde la profundización en el mal más perverso (La lista de Schindler o El Pianista son iconos de esa agonía) a la introspección sin anestesia en el alma del tirano (El hundimiento), sin olvidarnos del sentido del humor en el que hacernos un ovillo para protegernos (La vida es bella).
Pero El falsificador de pasaportes, ambientada en el Berlín de 1943, cuando el signo de la guerra comenzaba a escaparse del control de Hitler y la retaguardia nazi aún se parapetaba en el orgullo y en la negación, aporta otra vía. Y es que esta película alemana, dirigida por Maggie Peren y estrenada este 13 de enero en los cines españoles, bosqueja la denuncia de la injusticia o la corrupción moral sin deshumanizar en absoluto a sus verdugos.
Por la misma razón, las víctimas, los judíos que tratan de sobrevivir como pueden, tampoco se nos ofrecen para nada como héroes. Nos encontramos con quienes prefieren pasar inadvertidos, con quienes aceptan vender su cuerpo y, en el caso de nuestro protagonista, Cioma (Louis Hofmann, quien también encabeza el reparto de la fascinante serie germana Dark), estamos simplemente ante un joven de 21 años, de buena familia, y que, tras perderlo todo (a nivel familiar y material), decide no rendirse y colaborar con la lucha clandestina falsificando pasaportes para que otros semejantes puedan huir del país.
La causa es moralmente elogiosa, pero a él no le mueve la empatía por el otro, sino su propio afán de no morir en el intento y tener una oportunidad de huir y resucitar a una vida distinta, “cuando la guerra acabe”. Mientras eso ocurre, educado (se intuye) como un joven despreocupado, y ya que ha aceptado aniquilar su identidad, trata de no renunciar al menos a ser quien es y se mueve entre un laberinto de incertidumbres como pez en el agua, sin apagar su sonrisa. Tampoco renuncia al amor ni al deseo.
¿Frivolidad? Solo basta con ver las imágenes, en nuestro presente, de la vecina Ucrania. En cuanto la guerra da un respiro, aunque sea mínimo, la gente sale a la calle. A vivir. Y es que este baile por el mundo puede durar apenas un suspiro.
Maggie Peren, con su sobria propuesta, que nos levanta a veces el ánimo con una banda sonora más propia de la comedia, lo sabe perfectamente.