3 Butacas de 5
La comedia francesa es uno de los resortes clave en un sentido comercial para el cine francés, aquí nos encontramos ante otra película que bordea directamente este género tan importante para la percepción exterior que se tiene de cierto tipo de cine francés. Como evidencia, la relación tan estrecha que tienen ambas cinematografías la nuestra y la suya, aunque algo desigual en lo que respecta a los datos de taquilla si invertimos los papeles para ambos países, en lo que respecta al país opuesto desde el que se hace el análisis.
El Despertar de María es una película sensible y delicada que ofrece, en plena crisis de cines vacíos (cuán no cultural), un simple momento de risa y alegría. Karin Viard tiene mucho que ver. Asume su personaje con verdadera dulzura. Es un papel que contrasta con los personajes a veces vulgares que está acostumbrada a interpretar. María es una especie de Fantine moderna. Hay bondad, amor e ingenuidad en su actuación. Pero sobre todo está la voluntad de salir de una vida cotidiana bastante triste, con un marido que apenas la mira, una hija que le ha dado la espalda y una actividad profesional poco gratificante. La heroína se encuentra cara a cara con un mundo artístico que desconoce. Se encuentra con obras de arte que a veces son de buen gusto, y otras que son más extrañas. Los estudiantes que deambulan por los pasillos le parecen extraterrestres, hasta que conoce a un ingenioso aprendiz de artista. Y luego está Hubert, el mamut de las Beaux-Arts, como todo el mundo le dice, que transformará su vida.
La película es una oportunidad para que el espectador escape de una vida cotidiana más bien anodina. Reímos con dulzura, disfrutamos y nos enamoramos de la original pareja formada por Maria y Hubert. Tan singular como bella. El guion nunca es demasiado fácil y la dirección deliberadamente desgreñada hace pasar un rato muy agradable. Los directores evitan brillantemente los clichés del cine social o las caricaturas de cierto melodramatismo (a ratos divertido, otros entre peculiar e ingrato). Cada personaje vive la historia con generosidad, sobre todo gracias a la innegable frescura de los diálogos.
Sin abandonar en ningún momento el cariz de historia madura. La protagonista indiscutible tiene más de cuarenta años. Es una de esas personas de pocos recursos que la sociedad desacredita. Se llama María y, como todas las mujeres, su vida es a la vez compleja y sencilla: una casa en Seine-et-Marne que la obliga a recorrer kilómetros todos los días en el RER D para llegar a su casa, un jefe que acaba de morir y cuya hija la despide brutalmente como a una basura. Pero una ventana de felicidad la espera en una famosa escuela de arte parisina: volverá a ser limpiadora, pero sobre todo descubrirá sus propias inclinaciones artísticas.
Deslizándose su historia, hace que la vivamos con ella, aunque no compartamos los prejuicios que tantas veces rodean el arte. Empatizando rápidamente con los personajes principales, cada uno alberga su recóndita historia.