3’5 Butacas de 5
A principios del año que está a punto de acabar, se estrenó en los cines españoles la excelente Las ilusiones perdidas (Xavier Giannoli, 2021), adaptación de la obra homónima de Honoré de Balzac que, tras recibir calurosos y merecidos aplausos en la edición de 2021 del Festival de Venecia, arrasó en los premios César de la Academia del cine francés, obteniendo quince nominaciones y consiguiendo nada más y nada menos que siete estatuillas, incluidas las de Mejor película, Mejor guion adaptado y Mejor fotografía. Ahora, diez meses después del estreno de aquella en España, nos llega otra película basada en una novela del mismo autor: Eugénie Grandet, film que, al igual que la película de Giannoli, nos traslada al siglo XIX para retratar la sociedad de la época y, al mismo tiempo, llevar a cabo una radiografía del ser humano y los demonios que han estado intrínsecos a nuestra naturaleza desde que el mundo es mundo. Así pues, el director y guionista Marc Dugain pone énfasis en los temas recurrentes en la obra de Balzac: la codicia, el engaño, el materialismo, la importancia de las apariencias, la diferencia de clases sociales… Demasiados temas, tal vez, para tratarse de una película de cien minutos. Y es que si algo le podemos achacar a la cinta que nos ocupa es querer abarcar demasiado en poco tiempo, siendo, como el padre del personaje que da nombre al largometraje, ambiciosa en exceso, dejando a la postre un conjunto desigual en su narrativa al no desarrollar equitativamente todas las subtramas y corriendo el riesgo de no satisfacer plenamente al espectador más exigente que busque una adaptación fiel de la obra original, pues, con el fin de amoldar la historia a los tiempos modernos en algunos casos o de resumir en demasía el relato de Balzac en otros, Dugain modifica algunos pasajes vitales de la novela.
De igual manera, tampoco podemos obviar el regusto agridulce que dejará Eugénie Grandet en el paladar del espectador durante su visionado, pues lo más llamativo de la película es su capacidad de periclitar a medida que va avanzando, dejando una primera mitad que (y aquí presenta otra similitud con Las ilusiones perdidas) nos envuelve, dejándonos hipnotizados en sus aciertos visuales, formales y narrativos e introduciéndonos en la trama como un personaje más, para decaer en una deslavazada segunda parte donde se evidencia el exceso de síntesis que muestra el conjunto, llegando a un final un tanto abrupto que subraya de manera igualmente hiperbólica el mensaje de empoderamiento que quiere patentizar el guion. No obstante, y como hemos puesto de manifiesto en anteriores líneas, la cinta que nos concierne tiene no pocas virtudes que harán las delicias del espectador que se acerque a esta notable propuesta. Así las cosas, el que más destaca es la ambientación, que nos transporta con toda credibilidad y lujo de detalles al siglo XIX donde se desarrolla la acción. Del mismo modo, podemos hablar de las siempre acertadas elecciones de plano; el uso de la luz, donde predomina el claroscuro, utilizado para hablar en términos visuales de la dualidad que caracteriza a los personajes (sobre todo en el caso del padre de Eugénie); la elegancia que irradia cada uno de los elementos que componen la obra; el encomiable trabajo del equipo de vestuario en su propósito de situarnos en la época decimonónica; el buen tino del ojo del director para crear la composición en cada encuadre y la más que digna presentación de unos personajes poliédricos que interesan más por lo que ocultan que por lo que muestran; por no hablar de muchos de los temas universales y atemporales que aquí se desarrollan. Todo eso y algo más que deberán percibir por sus propios ojos hacen de Eugénie Grandet una obra más que recomendable para el espectador asiduo a las películas de época y para el admirador de Balzac que pueda obviar lo que la novela ha perdido en su traducción al celuloide.