4 Butacas de 5
EO viene sonando hace unos meses, desde su estreno en el Festival de Cannes, como una película prometedora que se distingue fácilmente de la oferta de títulos europeos de este año. Es una cinta breve del maestro polaco Jerzy Skolimowski sobre el viaje iniciático de un burro a través de situaciones que nos forman un panorama diverso sobre el estado de las cosas hoy.
Skolimowski nos sitúa firmemente en la perspectiva del carismático Eo, desde que participa en la pseudoestabilidad de un circo ambulante al que se le exige que deje de trabajar con animales. Eo empieza una aventura, con paso curioso e inocente, a través de paisajes, personas y situaciones nuevas para él.
Esto está lo suficientemente logrado y Eo resulta adorable y fácil de comprender. El trabajo de cámara, sonido y montaje hacen que podamos atribuirle intención a Eo y que hasta entendamos lo que está pensando, sin caer necesariamente en la humanización del animal. A través de él, entendemos cierta jerarquía que existe en su reino y termina por minimizarlo. VIsto como menos que un caballo, se le niega la libertad de aquellos que corren libres por el campo y lo cuidados mínimos cuando está en cautiverio. No todos los animales son tratados de la misma manera.
Pero la película tiene intenciones más allá de la identificación con Eo. La cinta complementa su realismo social con desviaciones formales, transportándonos a secuencias oscuras y misteriosas de corte más simbólico, en las que se asemeja el animal a una máquina, se demuestra la naturaleza repetitiva de su sometimiento o incluso se le deja de lado, enfocándose en su lugar en la naturaleza. Son pasajes ambiciosos, que nos recuerdan la vitalidad de un cine que se atreve a seguir tomando riesgos.
No hay crueldad en Eo más allá de la que existe en el mundo mismo. Skolimowski no fuerza ni exagera ninguna moraleja porque, sinceramente, no es necesario. El viaje del burro nos lleva por pasajes distintos de la Europa contemporánea, algunos absurdos y otros tan aleatorios como los que podríamos encontrar en un viaje similar. La distancia con la que el director filma a las personas y la manera en que presenta sus interacciones los deshumaniza (incluso cómicamente) más que al burro mismo, una inversión interesante a la manera en que los animales son mostrados en películas generalmente. Aquí, la empatía con Eo es tan grande que hasta los humanos nos resultan más ajenos.
El final de Eo es inevitable y es ahí donde recae la fundamentación de este ejercicio. Después de tanto deambular, se remata de una manera que parecería manipuladora si no fuese tan sencilla, tan real. Eo nos muestra cómo el cariño y la empatía por los animales es un camino fácil y posible y cómo nuestros mismos instintos nos llevan a actuar en contra de esa, curiosamente llamada, “humanidad”.