4 Butacas sobre 5
Crueldad e inocencia. Maldad y bondad. El alma humana se despoja de lo bueno y lo malo a medida que el contexto cambia entre nosotros. De forma que nuestras debilidades y fortalezas salen a relucir en las diferentes épocas de nuestra historia, y que han permitido que nuestros antepasados se adapten o luchen ante las injusticias sociales para abrigarnos ante la intemperie que nos rodea, esa que nos sirve para ocultarnos e incluso para sobrevivir.
Y es esa capa externa e interna la que Benito Zambrano refleja en su nueva película, Intemperie, un film con muchos tintes de western pero con el clima de la posguerra en la zona rural de Andalucía. Después de Solas, Habana Blues y La Voz Dormida, el cineasta lebrijano ha vuelto a los orígenes de una Andalucía que se ahoga en su sed, se muere en su falta de pan, y solamente las ilusiones de la inocencia son capaces de abrirse camino ante la injusticia y el miedo que tratan de aplicar los señoritos sobre quienes han levantado con el sudor de su frente y sangre la tierra.
Intemperie es una historia dura como la vida. En tiempos en los que centenares de niños veían como tenían que dejar sus estudios para ayudar a su familia a salir hacia delante, para dejarse llevar a través de sus esperanzas y poder salvar a los suyos en el futuro. El presente de la trama que plasma Zambrano no es fácil, un contexto machacado por la guerra, la falta de pan y los señores de la crueldad que explotaban a los campesinos para saciar su sed de oro y humanidad. A través de los ojos de Jaime López (Techo y Comida), nos sumergimos en una carrera en busca de una esperanza oculta entre la maleza, la cebada y la arena seca de una Andalucía castigada. El pequeño protagonista da un paso más en su carrera tras maravillarnos hace unos años en la película de Juan Miguel del Castillo, ofreciendo magia y vitalidad en un papel que representa con la misma ilusión que el primer día. Y es en esas esperanzas del protagonista en las que encuentra a Luís Tosar (Quien a Hierro Mata), en un rol vacío de esperanzas por la crueldad que ha vivido en su historia, y feliz con su rebaño, el único elemento de bondad capaz de sacar lo mejor de las personas.
La relación de los dos protagonistas funciona a las mil maravillas. Mentor y aprendiz, o quizás el hijo que nunca conoció el cálido abrazo de un padre. Ambos se embarcarán en una aventura en la que la ilusión del protagonista se llama ciudad.
Como en toda historia dramática hay quienes no dejan vivir tranquilos al elenco principal. Luís Callejo (Mientras dure la Guerra), se mete en la piel de un capataz lleno de tiranía, y hambriento de poder dar caza al niño para saciar sus pecados. El actor segoviano ofrece un papel de maldad y crudeza, el mismo que brinda un portentoso Vicente Romero con un rol que le sienta como anillo al dedo. Los dos actores nos regalan sin duda los mejores momentos de la película, sobre unos planos de fotografía que hacen justicia a la gran película rodada por Benito Zambrano.
Todos los elementos hablan en el film. Desde la luz, la música y la fotografía. Un paisaje andaluz lleno de soledad como se reflejaba en la novela homónima de Jesús Carrasco y en la que está basada la película.
Un film que nos vuelve a regalar al mejor Benito Zambrano capaz de agarrarte el corazón y exprimirlo gracias al excelente trabajo de interpretación de unos actores que se dejan la piel en este western andaluz.