1 Butacas de 5
Sin carisma no hay victoria posible y es de lo que más adolece la propuesta de Daniel Graham, de un protagonista con un poquito de carisma.
Es bonito homenajear los comienzos del boxeo, pero un error garrafal no aprende del viaje realizado por todas las películas del género hechas hasta la fecha.
Si lo que uno quiere es reinventarse es muy lícito, pero si al final vas a tirar de la estructura vista cientos de veces, pues entonces aprende y mejora todo lo hecho hasta ahora.
Cuando por fin las pelis de boxeo empiezan a rodar las peleas con tremendo realismo y huyendo del montaje de miles de planos acelerados que nos pretenden confundir para que no se vea el truco del guantazo no dado, va a esta y tira precisamente de eso todo el rato.
Que llega Creed y empieza a rodar casi todo en plano secuencia para que no te pierdas nada, va el tal Graham y vuelve a los inicios de los rookies, que no los Rockys, que se aventuraron en este género.
Ni siquiera el cameo del personaje que Rusell Crowe viene interpretando exactamente igual los últimos años salva un ápice de la función.
Si acaso el trabajo del veterano Ray Winstone es digno de elogio, pero claramente tirando de oficio y poca o ninguna dirección de actores.
Hacía tiempo que no me daba tanta risa el trabajo de los figurantes, que no hacen sino sacarte continuamente de la escasa atención que te queda.
Si no me creéis, os invito a observar en la secuencia que el prota llega tarde al entreno subidito de ego por sus victorias (muy original), al muchacho del fondo que cada tres puñetazos estiran el hombro. Comedia de la buena.
Otro craso error en este tipo de películas es no dosificar el romanticismo de la lucha y consejos filosóficos entre hostia y hostia. En ese aspecto, el bueno de Sylvester tenía la plantilla de guion muy clara: 3 consejos Mr. Wonderful por película, ni uno más.
¿Qué pasa aquí? Que hasta el secundario que sale una secuencia resulta ser un aspirante a coach emocional del siglo XIX. Tanto que carga… y bastante.
Nunca el héroe recibió tantos consejos en su viaje de forja para seguir siendo tan lerdo noventa de los ciento tres minutos que dura la función.
Al final se pretende festejar la carrera de un luchador y con lo poco que aparece el púgil antagonista nos genera más empatía que el protagonista. Es más educado, menos estúpido y mejor boxeador.
¿Cuál era el plan? ¿Apología del loser? Al menos Rocky nos caía de puta madre toda la película y seguía ganando aun perdiendo. Yo al tal Jem Belcher (de la ficción claro) solo quiero que le revienten la cabeza pronto para que salgan los créditos.
No se entiende ni por qué detienen al muchacho más allá de para justificar más consejos filosóficos gratuitos de un tal Walter que pasaba por la celda de al lado y que de repente siente la necesidad de darle la clave del sentido de la vida al borracho de la celda de al lado. Venga, por favor.
Y que lo de cortar ojo con cuchilla, recolocar nariz con crujido y el montaje de secuencias de entrenamiento antes del combate final (bastante irrisorio con el gym rollo granja pre-basicfit) ya lo hemos visto demasiadas veces.
No impacta ya, por mucho que se justifique entendiendo que era la primera vez que se hacía en el boxeo profesional.
Conclusión. En la forja del principio de la peli, se tenía que haber quedado haciendo espadas, o siguiendo los consejos del personaje de la madre que solo llora, el director debía haberse quedado en casa que para hacer el tonto siempre hay tiempo.