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Venía avalada por el premio al Mejor Guion en el Festival de Cannes a la también directora del filme, Céline Sciamma, y Retrato de una mujer en llamas no solo no decepciona, sino que sorprende. El 18 de octubre llega a España y no prometo que no vaya a incendiar las salas de cine. Protagonizada por unas efervescentes Noémie Merlant y Adèle Haenel, esta sencilla y compleja, delicada, pero poderosa historia de amor será recordada durante años como una de las mejores obras del cine europeo de nuestra época.
El relato se desarrolla en la Bretaña francesa de finales del siglo XVIII. Marianne es una pintora encargada del retrato matrimonial de Héloïse, una joven que, por motivos familiares, acaba de dejar el convento. Héloïse, que se rehúsa a aceptar su destino como mujer casada con un hombre al que ni siquiera conoce, se niega a posar. De esta manera, Marianne trabajará en secreto mientras hace las veces de dama de compañía de su retratada. Lo que Marianne no tenía planeado es que su relación con Héloïse se volviera cada vez más intensa en esos últimos momentos de libertad antes de la boda.
En un lugar idóneo para una historia que transcurre superando los límites del espacio y el tiempo, Retrato de una mujer en llamas se adentra en un mundo de mujeres aisladas de sus destinos en la realidad gobernada y dictada por los hombres. En este espacio y tiempo suspendidos, Héloïse se encontrará de frente con aquello que anhela y que le quema por dentro—no por nada es una mujer en llamas—: ser una mujer libre. Sorprende cuando la joven explica a Marianne que sentía más libertad e igualdad entre las paredes del convento que en el exterior, donde el inmenso mar recuerda que el horizonte también tiene rejas.
El agua y el fuego jugarán un papel importantísimo en la composición visual y sonora de Retrato de una mujer en llamas. Ambos elementos despojan poco a poco a las protagonistas de los elementos externos, las sana y purifica hasta llevarlas a un amor desnudo y transparente, lleno de sensualidad, pero sin esa mirada escopofílica que ha acompañado a otros amores lésbicos en el cine. El de Marianne y Héloïse es un amor vivo, como la música no religiosa que la pintora enseñará a su amada, un amor que toca todas las fibras y que tensa todos los sentimientos, transmitidos a los espectadores a través de sutiles gestos y palabras y de unas miradas que, trasladadas al ojo omnipresente de la cámara dirigida por Sciamma, dejarán en el espectador una bella huella pictórica de este amor tan bello como imposible.
Hablamos de huella, de memoria, la memoria de las mujeres que envuelve todo el largometraje, pues Retrato de una mujer en llamas cuenta una historia de amor que trasciende el tiempo y el espacio—que ya hemos dicho que estaban suspendidos—para recordarnos que no siempre fuimos libres, pero que siempre tuvimos la opción de amar a nuestras iguales, no solo desde una óptica romántica sino desde la solidaridad y la sororidad entre hermanas.