4 Butacas de 5
De Blonde, estrenada días atrás en Netflix, se ha escrito de todo, despertando filias y fobias exacerbadas. Las críticas contra su director, Andrew Dominik, se centran en el hecho de que, pudiendo haber hecho una biografía más o menos completa de Marilyn Monroe, se centra casi exclusivamente en la imagen del juguete roto destruido por los poderosos de Hollywood. En este sentido, llama la atención cierta hipocresía, pues sería interminable la lista de películas históricas sobre grandes personajes centradas en un episodio concreto de sus vidas.
Pero el argumento va más allá: “Se deforma la imagen. Hay licencias y no se cuenta la historia exactamente como fue”. Aquí, urge apuntar algo que se deja claro al espectador desde el primer momento: más que una biografía de Marilyn Monroe, estamos ante la plasmación en el cine de la novela que, en el año 2000, con el mismo nombre, Blonde, publicó Joyce Carol Oates. Pero es que, además, por si hubiera alguna duda, la misma Oates es la guionista del film junto a Dominik.
Estamos, pues, ante una obra de ficción, no una biografía. De ahí el gran mérito de la película: se adentra en el alma del mito, pero, sobre todo, en el alma de un libro. Por eso es una fiesta de la belleza que hay que celebrar y gozar más que juzgar. La estética, la fotografía, el uso elegante del blanco y negro, los susurros, las miradas, los silencios, las fantasías de mentes deformadas por la agonía, la búsqueda alocada del amor (más que del deseo) … Es una obra de arte.
Una obra de arte que encarna una Ana de Armas espectacular y que, ahí sí con una gran fidelidad al espíritu del libro y del personaje, nos sitúa ante la gran frontera: atrevernos o no a mirar a Norma Jeane. Porque ese y no otro es el fin de Oates: que seamos capaces de despojarnos de la fascinación que el mundo siente y sentirá por Marilyn Monroe y queramos ahondar en su yo íntimo.
Un yo que siempre fue y será Norma Jeane, una niña asustada y que solo busca ser abrazada por el padre eternamente ausente y al que idealiza por la pasión arrebatada de una madre ausente estando presente. Una Norma Jeane (víctima del amor puro inaccesible) que no se reconocía en Marilyn Monroe (una foto en la que se volcaban los deseos de la humanidad).
Los críticos dicen que estamos ante una “obra oscura” (¿cómo no iba a serlo si estamos ante un drama dolorosísimo?) e incluso llegan a sostener que se “revictimiza” a su protagonista. ¿Poner el foco en la cultura machista que devastó a Marilyn y que hoy la destrozaría como sigue destrozando a muchas puede ser negativo? ¿O falso? ¿O irreal? Mirar a la cara a una lacra estructural es siempre necesario. Y si encima lo hacemos sumergidos en una manifestación artística, cuya sensibilidad nos abre los poros y nos hace más receptivos a cambiar nuestra percepción, es algo a celebrar.
Querido espectador que aún no has visto Blonde: son casi tres horas de película y te puede fascinar, horrorizar o aburrir. Pero, en ningún caso, se te está engañando.