2 Butacas de 5
‘Salvar al Rey’, documental dirigido por Santi Acosta y que emite HBO, ha conseguido su objetivo: cerrar definitivamente el “pacto de silencio” al que se alude constantemente y hacer que los mismos periodistas, políticos, empresarios y espías que entonces callaron, sin ni siquiera ruborizarse, se sitúen ante el pelotón de fusilamiento y, todos juntos, descarguen un estruendo monumental en el rostro de Juan Carlos I, antiguo padre de la España moderna y constitucional y hoy reconvertido en Luis XVI, humillado y guillotinado en la Plaza de la Revolución de París.
El gran acierto del documental es a la vez su gran derrota. En este sentido, su principal logro es contar con un elenco de voces significativas (Luis María Anson, Pedro J. Ramírez, Juan Luis Cebrián, Victoria Prego, Mario Conde, José Bono, Iñaki Anasagasti…), lo que otorga una gran veracidad a la tarea de desnudar las muchísimas vergüenzas del anterior Jefe del Estado, desde las de la bragueta a las del bolsillo lleno de agujeros por el que se perdieron millones de euros de todos los españoles, y hacer que el espectador se ruborice al ser consciente de que, durante décadas, a los españoles se nos vendió un cuento edulcorado.
¿Cuál es el problema? Que ese potentísimo arsenal testimonial (más que documental) se despacha en solo tres capítulos de unos 45 minutos cada uno. Eso hace que el 23-F, que debería ser uno de los grandes meollos de lo que no deja de ser un ensayo periodístico e histórico, se despache con una frase laudatoria de Victoria Prego y la condena de un miembro del CESID que afirma que el Rey apoyó en la sombra el golpe de Tejero y solo pidió que, para su ratificación final, se lo dieran “todo hecho”.
Qué pena no haber dedicado muchos más minutos a explicar qué llevó a que en 1981 la democracia emergente estuviera herida de muerte y, por ejemplo, dar voz a un Luis María Anson que figuraba en la lista de ministros del Gobierno de unidad nacional con la que Armada se presentó como “salvador” en el Congreso. Pero es que ni siquiera citan a Armada. Por lo mismo, si bien ‘Salvar al Rey’ concede una gran importancia a la figura de Sabino Fernández Campo para contar cómo, supuestamente, el guardián de la Casa Real filtraba ciertos escándalos sexuales del Borbón para darle “toques de atención” y que mejorara su conducta, es un olvido clamoroso el que no se recuerde que fue él quien empezó a parar el golpe al detectar esa larga noche del 23-F a quien pretendía hablar en nombre del Rey.
Es un documental de Historia al que le falta contexto. Y eso es imperdonable. Y es que ni siquiera pretende explicar al espectador quiénes son muchos de los que hablan y cuyo testimonio es mucho más valeroso si sabemos qué les mueve a afirmar lo que cuentan. Otro ejemplo claro: Cebrián, el gigante mediático contemporáneo al frente de PRISA y El País, solo dice una frase. Y vacía. ¿De verdad no hay muchas más horas de grabación no emitidas que enriquezcan al espectador?
Las hay, pero estamos ante un producto tipo de nuestro tiempo. Vende más lo breve, sin contextualizar ni profundizar. Interesa más la frase contundente (la frivolidad de Ana Pardo de Vera y su tono de barra de bar es el arquetipo) y que se haga viral en las redes antes que el conocimiento hondo y real de lo que acontece, siempre complejo y con muchas aristas. En definitiva, estamos ante un producto propio de una época en la que el periodismo se ha convertido en espectáculo; un mal que impera en nuestros lares y por el que todo es “debate apasionado”, ya sea sobre política, religión o deporte.
Pueden felicitarse sus impulsores: el Rey emérito, ya caído, se muestra ante nosotros como un ser profundamente inmoral y que, además, fue utilizado por muchas personas que le parasitaron. La peor combinación posible para quien encarna una institución que solo tiene lógica si se asienta en la ejemplaridad impecable. Ahora falta por ver si se cumple o no el objetivo final: segadas las raíces de la legitimidad, comprobar si cae o no su gran fruto, Felipe VI.
Porque, no nos engañemos, un producto tan medido como este, adaptado a los hábitos de consumo de la Generación TikTok, tiene este fin: evitar que la Monarquía se salve.