4 Butacas de 5
Desierto particular (2021), película brasileña dirigida por Aly Muritiba y estrenada en cines este 16 de septiembre, es una especie de fado que nos envuelve, sensual, lenta y contenidamente, y nos conduce de la mano en un viaje hacia la interioridad de dos almas contrapuestas.
La danza la inicia Daniel (Antonio Saboia), arquetipo de la masculinidad que se impone a base de explosiones de ira. Nieto de militar e hijo de policía, sigue los pasos de su progenitor (desmemoriado y vacío, ahora es un hombre abajado al máximo, pero cuya mera presencia impone el máximo respeto a Daniel) y trata de guiarse por los valores de la autoridad y la defensa a ultranza del orden.
Un orden que empieza a desvanecerse por el abismo del caos. Y es que, tras dejar en coma a un joven recluta por los excesos iracundos de su adiestramiento, el agotamiento por el cuidado del padre y la noticia recibida por su querida hermana (es lesbiana, algo que rechaza de plano), se refugia en su única vía de escape, casi una obsesión: Sara.
Sara (Pedro Fasanaro) es una mujer de la que se ha enamorado. Vive al norte, en el otro extremo del país (Brasil es en realidad un continente) y jamás se han visto. En realidad, se ha agarrado a una máscara, una imagen idealizada de quien sueña que lo redima de su barbarie. Pero Sara, en realidad, no es una mujer, sino un hombre.
Un joven rechazado por su familia, al que ni siquiera dejan creer en Dios (su fe sincera se ve abocada al conflicto cuando el pastor de su comunidad y su abuela le quieren forzar a entrar en una terapia de “sanación”) y que solo sueña con ir a un sitio lejano en el que nadie le reconozca.
Daniel es un hombre maduro, cuesta abajo y en huida. Sara es un hombre que también escapa y que se siente realmente yo cuando se viste con un precioso vestido, se coloca una espléndida peluca, se maquilla como una musa y habla susurrando como una diosa.
Sara es una mujer que se esconde de los demás y que solo tiene como refugio a su único amigo, Fernando (Thomás Aquino). Sara es un alma que, para sobrevivir, necesita ser libre y que está a punto de comenzar a volar, aunque sea a la carrera y sola.
Daniel, tras recorrer miles de kilómetros en coche a la desesperada para conocer a Sara, descubre el engaño. Un engaño que, como bien sabe ella, es autoengaño. Y ahí se acelera el baile, la batalla íntima. El deseo es motor, pero sucumbir a él, para Daniel, significa renunciar a su identidad. ¿O conocerse al fin? ¿O perdonarse… y aceptarse?
Aly Muritiba nos ha regalado Desierto particular, una película con una bellísima factura, mimada, elegante, compleja, honda. Son dos horas para pensar y abandonarse a los sentidos. Dos horas que deben ser aprovechadas para sentirnos auténticamente humanos.