3 Butacas de 5
Entre valles (2021), película dirigida por Radu Muntean y estrenada este pasado 26 de agosto en España, es mucho más que una radiografía de la Rumanía rural actual. Y es que, aunque su estilo naturalista bien podría asemejarse a un documental, en realidad es una sátira. No es burlona ni excéntrica, pero, en su desnudez, en su pura sencillez, ridiculiza a una parte de su sociedad local que, creyéndose solidaria, comprometida y moderna, incurre en una cruel deshumanización.
Y todo contando una simple historia que ocurre en menos de 24 horas. Como todos los años, cuando se acercan las fechas navideñas, unos amigos de Bucarest que han llegado a la edad en la que uno mira atrás y comprueba que ya no es un “joven”, recorren varios pueblos que la Rumanía más olvidada por la Administración (aquella en la que se sobrevive “entre valles”) y, repartidos en varios coches, les dan a los lugareños comida y elementos de primera necesidad.
Objetivamente, el acto es bondadoso, pero basta un simple cambio de planes para comprobar que los supuestos samaritanos en realidad solo se regalan a sí mismos una jornada festiva y que alimenta su ego durante el resto del año. Los ayudados son una simple excusa a la que no se pone intrahistoria ni rostro y, como mucho, coprotagonizan la preceptiva foto de Instagram que inmortalice el momento de la entrega. Así, cuando el coche en el que van Maria (Maria Popistasu), Ilinca (Ilona Brezoianu) y Dan (Alex Bogdan) se sale del camino por seguir el consejo de un “viejo” desmemoriado (Luca Sabin), aflora un alud de desprecio.
Los acontecimientos conducen a un hecho inexorable (los tres urbanitas van a tener que pasar la noche en el bosque tras quedarse su coche varado por el barro). Pese al frío y al disgusto, no parece que estemos ante una tragedia (tienen las provisiones que aún no han repartido y, de hecho, se permiten alimentarse con gusanitos y chocolatinas) que pueda acabar con su vida, pero las reacciones son contundentes, hasta el punto de que Dan es partidario de dejar morirse de frío al abuelo, perdido en el bosque. Es Maria la única que parece recordar para qué salieron en teoría esa mañana de la comodidad de la capital y la que compromete su propia vida para ayudar al desconocido, al fin y al cabo, un semejante.
Pero Radu Muntean no desnuda solo a los urbanitas de su país. Nos deja en cueros a todos aquellos pobladores de la Europa de este tiempo y que, vivamos en ciudades o pueblos (la cruda realidad de los dispersos habitantes de la Rumanía más profunda hace más de medio siglo que no se ve en ningún rincón de España), nos vemos reaccionando de un modo parecido a como lo hacen Maria, Ilinca y Dan ante ciertas situaciones. Así, cuando se paran a ayudarles un rudo lugareño y su sobrino, el espectador medio teme que, en cualquier momento, puedan cometer contra ellos un crimen o, cuanto menos, un engaño.
De hecho, la película no deja de ser una sucesión de escenas en las que parece inminente una desgracia… Y, cuando esta no llega, en el fondo el espectador se queda perplejo, dando por hecho que ha de suceder algo. Los prejuicios de los protagonistas son los nuestros. Y basta para comprobarlo el que nos confronten ante el espejo los habitantes del olvido y a los que vemos tan distintos que llegamos a sentirlos inferiores.