3 Butacas de 5
Es bien sabido que con el calor llegan los bichos. Pero no solo las típicas moscas y mosquitos veraniegos, sino también los tiburones, pirañacondas y demás fauna depredadora de taquilla estival. Algunos, los peor adaptados al medio, pasan sin pena ni gloria por las salas de cine (si es que llegan a atravesarlas) hasta llegar a su verdadero hábitat: la sobremesa de la tele, donde se enfrentan a niñeras asesinas y fotógrafos de Cornualles para reclamar el título de rey de las siestas. No es el ecosistema más equilibrado del mundo, pero el incesante flujo de telefilms sobre alemanes afincados en Mallorca contrarresta tanta bestia suelta.
Sin embargo, existen excepciones a esta migración anual: no hace tanto, los cocodrilos de Infierno bajo el agua (Alexandre Aja, 2019) terminaron ganándose un merecido culto entre los aficionados al género más exigentes. Y eso que ellos no contaban con Idris Elba, estrella que ha encabezado muchas quinielas para ser el nuevo James Bond tras su salida del Universo Marvel. “Pero ¿cómo convencieron a este hombre? ¿Tanta falta le hace el dinero?”, se preguntarán los más escépticos. Y bueno, está claro que por amor al arte no habrá sido, pero la complicidad de un actor de semejante caché revela cierta confianza (tanto por su parte como por la del estudio) en que La bestia tiene argumentos suficientes para atraer al público.
Hablando de argumentos, el de La Bestia no es revolucionario: un padre de familia decide llevar de viaje a sus dos hijas (Iyana Halley y Leah Jeffries) para que conozcan la aldea africana de la que provenía su difunta madre. El problema es que en su camino se cruza un león que se ha vuelto especialmente peligroso después de que los furtivos masacraran a su manada. Hechas las presentaciones (León, Idris Elba; Idris Elba, león), lo que sigue es más de una hora de lucha desigual en la que la familia y su amigo y guía Martin (Sharlto Copley) tratan de volver a la civilización con todas las extremidades pegadas al cuerpo.
Dicho esto, tanto los efectos especiales como las actuaciones, a las que el drama familiar que sobrevuela la historia les concede cierto espacio para la brillantez, cumplen con creces. Por otro lado, uno de los peajes por los que hay que pasar en todas las películas del género (los inevitables momentos en los que los protagonistas cometen algún tipo de estupidez que permita alargar la película) están aquí reducidos al mínimo. Esto permite al espectador apreciar las esmeradas escenas de lucha y huida sin que le invada la sensación de que todo el mundo merece morir de la forma más horrible posible. Y no era fácil lograr tal cosa, pues la presentación del león antagonista (que es, al fin y al cabo, víctima de la crueldad y la inoperancia humanas) invita a ponerse de su lado. Luego ves que ha masacrado no sé cuánta gente inocente y ya se te pasa un poco el fervor pro-Simba, pero ahí queda el fondo ecologista para darle un poco más de empaque a lo que de otro modo tampoco tendría más chicha que la que aportan los extras que se comen.
En definitiva, La Bestia cumple con lo que prometen todas las pelis decentes de bichos (buenos efectos, muchas muertes, escenas trepidantes) y, además, se permite el lujo de aportar algo de profundidad a la trama. Es cierto que en algunos momentos el ritmo decae y que varios condicionantes de la trama no admiten demasiado lugar a la imaginación (lo que juega en detrimento del suspense, elemento básico para cualquier película de supervivencia). Con todo, su buena realización y una propuesta más seria de lo esperado justifican el visionado de este simpático entretenimiento veraniego. La siesta tendrá que esperar.