3’5 Butacas de 5
Sin previo aviso, Lunana: A Yak in the Classroom dio la campanada en la pasada gala de los Oscar al entrar en la categoría de mejor película de habla no inglesa, dejando a títulos como A Hero de Farhadi fuera de la torna. Los académicos decidieron fijarse en una película blanca y transparente que conecta con el espíritu del público, y es que, siendo más didáctica y menos emotiva que CODA, podemos decir que el trabajo de Pawo Choying Dorji –ópera prima del director butanés– entraría en el selecto grupo de feel-good movies que tanto entusiasmaron el pasado curso a los profesionales de la industria.
Hay veces que las personas buscamos una huida adondequiera que sea para encontrarnos con nosotros mismos, mientras que en otras ocasiones ocurre justo lo contrario: en las situaciones que andamos evitando, surge ese despertar vital inesperado. Pues esto último es lo que le sucede al personaje principal, un obligado docente cuyo sueño es ser cantante de rock que emprenderá un viaje espiritual de ritmo lento, sosegado, que hará que el sendero se adueñe del propio espectador, quien caminará junto a Ugyen –nuestro protagonista– en una fatigosa exploración autopersonal de bella factura paisajística.
El esquema que sigue la obra –persona que no quiere emprender un cometido, pero que al final le acaba llenando y resultando gratificante– lo hemos podido ver en multitud de ocasiones a lo largo de la Historia, y es por este motivo que el respetable puede salir de la sala con una sensación de déjà vu. No obstante, la determinación y el temple que el director otorga a este aprendizaje logra que estemos ante una reconstrucción más propia de Kelly Reichardt que de los manidos productos de consumo rápido. Una película que dentro de lo arbitrario se aleja de lo convencional, como también, pese a su carente vertiginosidad, se aleja de la contemplación y de la sensiblería más barata. Hasta el protagonista se aleja tanto de su vida pasada como de su deseo futuro para impartir clases en un recóndito colegio de Lunana. Podemos decir que este viaje de aprendizaje nos habla de la lejanía, o más bien de la importancia de alejarse para determinar nuestro futuro, al igual que los maestros hacen con sus alumnos. Pese a esa distancia, su simpleza y llaneza consiguen que esta andanza resulte cercana.
En definitiva, para el que escribe estas líneas, Lunana: A Yak in the Classroom es un viaje afectivo y humanitario, un camino de subidas y bajadas emocionales cuya meta no es conmocionar al espectador en base a la lágrima fácil sino concentrar la historia en un escenario donde podamos vislumbrar más allá de nuestro horizonte.