3 Butacas de 5
Las óperas primas desprenden un olor a autenticidad, a pulcro, a belleza intrínseca. Suelen ser la desnudez interna del autor, quien encuentra en su propia existencia la referencia y la razón de ser de la obra, aunque esta esté también siempre hilada a referentes externos. Los directores noveles ven en estos referentes el espejo donde mirarse. Y, seguramente, Mounia Akl viese su reflejo en Clara Roquet, quien ha sido su musa y mano derecha en la escritura para llevar su idea política y familiar a la pantalla, pues la guionista catalana ha demostrado que sabe encontrar en sus trabajos la luz y la veracidad de lo puramente mundano divisado en clases sociales, tal y como podemos apreciar en esta cinta libanesa.
Sí, Costa Brava, Líbano tiene mucho de esa fascinante ópera prima llamada Libertad; al igual que ahí, en este debut de Akl hallamos un paralelismo social –familia alejada de la gran urbe y en contra de la determinación política–, un desarrollo vital en sus personajes femeninos –despertar sexual y primeros descubrimientos personales como evolución narrativa y trazo que forja la idea de protección familiar–, disputas y un grueso conflicto de ideales en la familia –¿huir o conservar?, ¿avanzar para retroceder o retroceder para avanzar?–, zonas comunes –verano, piscina, hogar– y una afectiva relación entre todos sus componentes.
En esta primera película podemos observar varias capas, Roquet y Akl se han encargado de cimentar tanto un coming of age –construido desde el prisma y el paso a la madurez de la hermana mayor de la familia Badri– como una denuncia política y división de barreras, hasta un drama familiar donde todas las piezas angulares son claves en el progreso emocional de la obra, desde la abuela –quien conecta con ambos lados de la barrera– hasta los padres –quienes desde su común punto de partida van evolucionando hasta crear una antítesis– y las hijas, quienes desprenden una autenticidad que roza la vida misma. Y es que es cierto que, en esta cinta anticapitalista, los momentos más cotidianos y tiernos vencen a su manifiesto ideal; la película gana cuando se acerca a la veracidad y priscilidad de obras primerizas-familiares como Verano 1993 (Carla Simón, 2017) y De Nuevo Otra vez (Romina Paula, 2019) o a dramas marginales –y también familiares– como La última Primavera (Isabel Lamberti, 2019) y se aleja del deslizante tratamiento político-social que subyace en ella.
En definitiva, para el que escribe estas líneas, Costa Brava Líbano es una bonita utopía, pues, como bien concluye esta obra, nadie, por mucho que desee, puede huir de este putrefacto mundo capitalista. Una muestra de que para avanzar hay que huir, aunque esto suponga un retroceso en tus ideales, un paso hacia atrás de todo lo que has labrado durante tu existencia. Un debut al que puede que le falte capacidad de síntesis y que no radie durante todo su metraje, pero cuando lo hace, te quema y te alienta; y que, pese a rodearse de inmundicia, huele a limpio, a veracidad, a naturalismo puro. Huele a buena ópera prima.