3 Butacas sobre 5
Cuatro años después de estrenar el cortometraje Disco Inferno, Alice Waddington da el salto al largometraje con Paradise Hills, una cinta de fantasía y ciencia ficción que tiene el feminismo y la originalidad visual como sello de distinción.
Con guion de Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, 2007) y Brian DeLeeuw (Curvature, 2017), la película que nos atañe deja su mensaje claro desde sus primeros compases: las mujeres ya no necesitan príncipes que las rescaten. Para ello, Waddington y sus guionistas optan por crear su propia versión de Alicia en el país de las maravillas empleando las propias armas de las edulcoradas adaptaciones Disney de los cuentos clásicos para criticarlas: vestidos grandilocuentes, peinados imposibles, grandes salones de baile… Todo ello con colores pastel acorde a los kilos de azúcar que esas historias contienen. El mensaje, repetido y remarcado a lo largo de toda la película, no viene solo. Desde que el personaje de Emma Roberts aparece en el paraíso que da nombre a la película embutida en unas Converse (¿guiño a María Antonieta de Sofia Coppola?) y se encuentra con las que van a ser sus compañeras de aventuras, nos topamos con otro de los potentes y necesarios mensajes que nos deja el film: debemos ser quienes somos, no quienes quieren los demás que seamos, lo que supone una sátira feroz hacia la sociedad de hoy en día, donde la imperfección, por otra parte intrínseca en la humanidad desde que el mundo es mundo, no tiene cabida en la superficie, en lo que el marketing nos vende diariamente en pos de un planeta perfecto, un planeta que, por muy maquillado que nos lo intenten mostrar, intenta huir de su inminente destrucción al igual que los personajes del film que nos ocupa, que quieren huir de la falsa perfección para abrazar la normalidad, para llegar al otro lado como si de la caverna de Platón se tratara.
Para ello, Paradise Hills disfraza lo más horrendo del panorama actual en que vivimos de colores llamativos, que envuelven todo el conjunto; de una gran belleza que caracteriza tanto el cuidado vestuario de Alberto Valcárcel (Animales sin collar, 2018) como el espectacular diseño de producción de Laia Colet (Eva, 2011) y la virtuosa fotografía de Josu Inchaustegui (La sombra de la ley, 2018). Este contraste, que tiene su mayor manifestación en el personaje de Milla Jovovich (la malvada del cuento), queda patente en cada secuencia de un film que, aunque no sea perfecto, introducirá al espectador en un imaginario visual pocas veces visto en nuestro cine reciente y en un cuento hermoso por fuera y pesadillesco por dentro.