3 Butacas de 5
Para Eric Gravel, la música electrónica es el estilo perfecto a la hora de sonorizar el frenetismo de la vida contemporánea, dominada, al igual que las melodías del género, por unos ritmos repetitivos e incesantes de los que cada vez se hace más difícil salir indemne. Por ello, en su nueva película el cineasta francés –casi desconocido hasta ahora con un solo largo en su filmografía– se ha decidido por una mezcla de imágenes efímeras y cadencias electrónicas para explorar como en las ciudades modernas la existencia se basa en una huida constante del presente, desplazado siempre en nuestra mente por el futuro más inmediato y sus posibles consecuencias.
Que se lo digan sino a Julie, protagonista de la película, quien parece vivir en una carrera perpetua a través de las calles de París mientras trata de llegar a tiempo al lugar en el que debería estar –pero que nunca resulta ser el correcto–. Culpa de ello la tiene Gravel, cuyo guion logra sacar el máximo partido de ciertas situaciones cotidianas para revelar su lado más feroz: ese viaje en tren realizado mil veces cada mañana puede llegar a convertirse en un verdadero infierno cuando se convocan jornadas de huelga de transportes prolongadas durante varios días. Entonces, la vida parece afanarse en querer cumplir la Ley de Murphy, y el más que famoso “si algo puede salir mal, saldrá mal” se exagera hasta convertirse en un enorme dominó en el que una vez derribada la primera ficha, si o si caerán todas detrás.
Ya que para Julie esta primera ficha es la huelga, su existencia dependerá de ella hasta tal extremo que acabará tornándose en una verdadera pesadilla, siempre omnipresente y venida para amenazar cada uno de los aspectos de su día a día: no llegar puntual a su trabajo de gerente de la limpieza en un hotel de lujo no hace más que complicar la ya de por si precaria relación con su jefa; no saber el horario de los trenes le impide calcula a qué hora podrá recoger a sus hijos, a quienes deja al cuidado de una vecina ya mayor y cada vez más desconfiada ante sus excusas. No hay descanso, sólo un continuo correr por las calles en el que la cámara la atosiga y unos cortes entre imágenes rápidos y certeros redoblan la agitación.
Ahora bien, si Julie huye de su presente, lo hace para no quedar atrapada por siempre en él. Aspira a algo más: más que ser una madre divorciada ahogada en facturas, más que ser una limpiadora ocupada en deshacerse de la basura de los ricos. De ahí que, entre toda la vorágine de su existencia, corra más rápido que nunca con el objetivo de llegar a una entrevista de trabajo que podría cambiarlo todo. Aunque por mucho que la contraten, hay algo de lo que nunca llegará a escapar: de la vida contemporánea y sus ritmos frenéticos.