3’5 Butacas de 5
Cada estreno del maestro Mamoru Hosoda es una celebración para cualquier cinéfilo que se precie, ya sea amante de la animación nipona o no, pues sus películas trascienden cualquier cliché del cine animado que podamos ver en las multisalas y suelen conectar con todo tipo de público en su gran capacidad de aunar el drama, la comedia y el género fantástico, lo que no supone una excepción en el caso de Belle, su última cinta, que se estrenó a nivel mundial en la pasada edición del Festival de Cannes (donde enamoró a los que acudieron a su puesta de largo) y que aprovecha el mundo digital en que vivimos para hablar de la identidad, de las inseguridades y de cómo usamos las redes virtuales como máscara en una sociedad cada día más descarnada y deshumanizada.
Quien escribe estas líneas no acudió a su premiere mundial y, en honor a la verdad, tampoco se vio encandilado por el nuevo trabajo del cineasta nipón cuando la visionó el pasado febrero en pase de prensa. Y es que Mirai, mi hermana pequeña (único film hasta la fecha en obtener cinco butacas por parte de un servidor en esta revista digital) había puesto muy alto un listón que ya estaba instalado en las nubes más elevadas con títulos como Los niños lobo, La chica que saltaba a través del tiempo o El niño y la bestia. Esto no quiere decir que Belle sea una película fallida, ni siquiera una película por debajo de las (pocas) cintas de anime que llegan a nuestras pantallas, más bien lo contrario, pero en esta ocasión, parece que Hosoda ha apostado todas sus cartas al poderío audiovisual que caracteriza la mayoría de sus filmes y ha descuidado vistosamente (permítanme el guiño a otro mangaka, Eiichiro Oda) su guion, que no ofrece ni profundidad ni novedad con respecto a otras propuestas contemporáneas.
Así pues, podemos catalogar a Belle como una obra imperfecta y llena de claroscuros. Por un lado tenemos una película que despliega todas las virtudes del cine de Hosoda y que lleva a sus mejores cotas la animación del director de Summer Wars y su equipo, dejándonos un producto final apabullante a nivel visual, siendo, muy probablemente, la mejor película de animación del pasado año en este aspecto. Asimismo, su música y sus canciones llenan la sala, embelesan nuestros oídos y derriten los corazones del espectador. Además, sus mensajes, algunos más obvios que otros pero todos necesarios en el mundo virtualizado en que vivimos, dejarán poso y moraleja en el respetable, lo que hace que su endeble guion no quede en agua de borrajas.
Por otro lado, como ya hemos dicho en anteriores líneas, el libreto del propio Hosoda no está al nivel del apartado técnico del film, pues el tratamiento de los protagonistas carece de profundidad, el humor adherido a ciertos personajes no termina de casar con el tono del conjunto y el conflicto principal no es muy sólido al centrarse en una incógnita de dudable interés, por no hablar de ciertas resoluciones argumentales difíciles de defender. Además, esta versión nipona del cuento La bella y la bestia deja cierta sensación de déjà vu con respecto a la adaptación de Disney en cuanto a similitudes de planos (hay algunos calcados) y con respecto a otras películas recientes como Avatar o Ready Player One a la hora de abordar el tema de la identidad digital y la dicotomía mundo real/mundo virtual (aunque la película que nos atañe es muy superior a las mencionadas predecesoras).
Como hemos visto, Belle de Mamoru Hosoda dista de ser una cinta redonda, pero ninguno de sus defectos argumentales podrá eclipsar la abrumadora belleza visual, el colosal éxtasis musical y la magnética hipnosis sensorial que supone esta joya imperfecta.