5 Butacas de 5
¿Qué es un acontecimiento sino un suceso extraño en nuestra realidad cotidiana llegado únicamente para romperla? Después de un acontecimiento nada será igual, sin importar si las consecuencias han sido positivas o negativas. Y ya que este habrá sacudido de tal forma nuestra existencia, la necesidad de comprender su impacto o el simple deseo de expulsarlo de nuestro interior nos conducirán irremediablemente a convertirlo en una historia, sea del tipo que sea. En el caso de Annie Ernaux, la autora francesa encontró en la escritura la fórmula perfecta para hacerlo, dejando constancia en una de sus muchas novelas autobiográficas el aborto clandestino al que tuvo que someterse cuando se quedó embarazada con apenas veintitrés años.
Ahora bien, si expurgamos el acontecimiento transformándolo en un relato, para ello puede ser tan útil la escritura como el cine. Demostrado queda este hecho por cómo la cineasta Audrey Diwan ha sabido apoderarse de las palabras de Ernaux para transformarlas en unas imágenes que saben encapsular a la perfección el trauma del aborto. Y si la experiencia para cualquier mujer es ya de por sí difícil, la escritora se vio obligada a enfrentarse a ella en la Francia de los años 60, dónde todo lo que giraba entorno a esta práctica se consideraba tabú. Incluyendo el sexo y el deseo, especialmente si era el femenino.
A pesar de ello, Anne decide gozar libremente de su cuerpo en la discoteca mientras mira y es mirada por aquellos que la rodean. Ese cuerpo, sin embargo, dejará de pertenecerle a medida que su embarazo avanza, pasando a ser una mera posesión masculina a merced de los intereses y el poder ejercido por los hombres. Podríamoshablar, por ejemplo, del dominio que un médico tiene sobre la capacidad de decisión de Anne, ya que cuando esta le comunica su deseo de abortar él decide recetarle inyecciones para asegurar la continuidad del embarazo, sin su consentimiento y aprovechándose de su absoluto desconocimiento. Es también una forma de poder la despreocupación que el padre se puede permitir por no ser él quién da a luz. O la del amigo al que Anne acude en busca de ayuda, y quien sólo la considera un mero objeto para satisfacer sus deseos porque, total, como ya está embarazada pueden acostarse juntos sin correr ningún riesgo.
Por si el control y los antojos masculinos no son ya de por si enemigos suficientemente duros, la protagonista también ha de luchar contra el irremediable avance del tiempo, que ya no se mide de acuerdo con los días que faltan para los exámenes finales sino por las semanas en las que el embarazo se desarrolla sin una posible solución a la vista. Atrapada en un espacio masculino y hostil y en un tiempo condenatorio, Anne únicamente puede someter a ambos con su tenacidad, con una lucha incesante por no dejarse contagiar por “la enfermedad que sólo afecta a las mujeres y las convierte en amas de casa”. Y se enfrenta a ella mayormente sola, como la directora se empeña en mostrarnos durante toda la película con esa escasa profundidad de campo con la que la protagonista queda aislada del resto del mundo, sus amigas incluidas. O con esos planos largos en los que la cámara insiste en seguirla, poniéndola frente al mundo mientras la acosa y la persigue continuamente como ese problema que parece no tener remedio.
El dolor y la angustia de Anne acaban siendo los del espectador, y su aborto, contado de la forma tan dura y política como lo hace Diwan; sirve para hacer pensar en todos aquellos que no pudieron ser relatados porque las mujeres que arriesgaron su vida al someterse a ellos murieron. De ahí la importancia de la palabra y de la imagen como portadores de historias, como narradores de acontecimientos. Porque aquello que no se cuenta, no existe.