4 Butacas de 5
Cuánta melancolía encierra la frase con la que Honoré de Balzac decidió titular la enorme epopeya de Lucien Chardon, protagonista y héroe trágico destinado a sufrir en sus carnes de la forma más amarga posible aquello que es desearlo todo y quedarse sin nada, quizás porque nunca se llegó a tenerlo. Xavier Giannoli se ha atrevido a llevar a la gran pantalla –con bastante atino, como demuestran sus quince nominaciones en los premios César– la historia de glorias y desgracias que el novelista francés escribiera hace ya dos siglos atrás, aunque todavía con muchas resonancias fácilmente visibles en los tiempos que corren.
A Lucien lo conocemos en la tranquila Angoulême, donde compatibiliza su trabajo en la imprenta de su cuñado con el oficio de poeta enamorado de la baronesa Madame de Bargenton. En cuanto esta pone rumbo a París, el joven no tarda en seguirla, soñando ya con la vida y las posibilidades infinitas ofrecidas por la capital. Pero, ay, él tan de pueblo; ella tan refinada, desde su primera aparición en sociedad se percibe que esa unión no va por buen camino. Rechazado cruelmente por su amada y la burguesía de su círculo, Lucien comienza con el corazón roto un nuevo oficio como redactor con el que olvida rápidamente viejas palabras de amor para sustituirlas por las críticas más mordaces sobre todo lo que se cuece en la capital. Es esta sin lugar a dudas la mejor parte de la película, en la que un Giannoli desatado deja percibir al espectador cómo se lo ha pasado en grande construyendo todo un universo de amoralidad y apariencias donde el único poder a respetar es el del dinero. Todos los decorados, el vestuarios o cualquier otro elemento de la puesta en escena parecen estar subordinados a la misma intención: ser lo más elaborados y pomposos posibles, pues cuanto más llamativos sean, más se notará su ausencia una vez que ya no estén.
Lo mejor es, sin embargo, como el director ha logrado contagiar su entusiasmo a un reparto en absoluto estado de gracia, encabezado por un Benjamin Voisin que sabe dejarse llevar en un personaje al que sabe otorgar todo lo que este le pide. Aunque es un goce verle a lo largo de todo el metraje, los momentos que comparte con Vincent Lacoste –quien interpreta a Étinenne Lousteau como compañero de juergas y de profesión– llegan a ser los más disfrutables, puesto que en ellos dos las rimas entre su época y la nuestra se hacen deliciosamente palpables. Juntos dejan algunas de las escenas más memorables, antes de que el mundo de Lucien comience a caerse a pedazos y al espectador no le quede mas remedio que compadecerse del que una vez fuera su héroe, convertido finalmente en una mera ilusión de si mismo.