3’5 Butacas de 5
Personajes excéntricos allí donde los haya, Tammy Faye y su marido Jim Bakker alcanzaron la cima de la predicación evangelista en Estados Unidos tras conectar con millones de feligreses a través de sus tres canales de televisión, sus programas de variedades, numerosos discos de música religiosa e incluso el parque temático Heritage USA, un Disneyland para cristianos que permaneció abierto durante más de siete años. ¿Cuál era el mensaje que Faye predicaba? El de amar incondicionalmente a todos aquellos que te rodean. ¿Cómo acabó todo? Como el Rosario de la Aurora, nunca mejor dicho.
Todas las andanzas y vaivenes que llevaron al auge y la caída de la pareja han quedado ahora recogidas en el biopic que protagoniza una irreconocible Jessica Chastain, sepultada en cada escena bajo las capas y capas de maquillaje que han sido necesarias para caracterizarla como la famosa cantante y presentadora de televisión.
El abuso de los cosméticos era, de hecho, uno de los rasgos más distintivos de Faye, lo que sólo sirvió para acrecentar su condición de figura paródica entre aquellos espectadores estadounidenses reacios a creerse los llantos y carantoñas habituales en sus programas. Sus ojos parecen, por tanto, la única parte a través de la cual todavía sería posible acceder a un resquicio de la verdadera Tammy, cosa que la película pretende conseguir valiéndose en exceso de los clásicos recursos del biopic.
De su infancia sólo se decide por rescatar las dificultades que la estrella tuvo la hora de ganarse el cariño de su madre, siendo estas las que instigaron en parte esas creencias religiosas que definirían el resto de su vida, a la que sí se da mucho más peso en el metraje: su relación con Bakker, el conglomerado religioso que este construyó y que sería el principio del fin de su tragedia.
Acierta la película a la hora de recrear todo ese mundo de decorados, fantasía y buenrollismo que caracterizó a la pareja, por medio de un diseño de producción que sabe capturar la fachada y el espectáculo con el que el predicador supo vaciar de significado y monetizar la fe de millones de feligreses. Bakker se llevó tan al extremo su afán por captar la atención y el dinero de sus seguidores que acabó exponiendo su vida y la de su mujer como mero argumento televisivo, al servicio de saldar las deudas y expandir cada vez más el universo que siempre había imaginado.
Cuando a la película le toca, sin embargo, echar un vistazo detrás de ese telón; al mundo íntimo y tangible de Tammy Faye y a sus desdichas más personales, no acaba de estar a la altura de la complejidad que la mujer y las circunstancias en las que se vio envuelta merecen. Se agradece, eso sí, que tanto la cinta como Jessica Chastain –lo mejor, sin duda alguna, de todo el metraje– se tomen en serio a Faye, con la que hubiera sido fácil caer en el absurdo o el ridículo con la mera intención de engatusar sin esfuerzo al público. Aunque también es cierto que la pareja que formaban los dos evangelistas hubiera sido presa obvia del meme en el siglo XXI.