'El Callejón de las Almas Perdidas': la luz y la oscuridad que nos caracteriza a todos

'El Callejón de las Almas Perdidas': la luz y la oscuridad que nos caracteriza a todos

4 Butacas de 5

Si hay algo que siempre ha caracterizado la obra de Guillermo del Toro son las dualidades. Lo universal desde lo personal, el intimismo inmerso en la grandiosidad, la humanidad en la monstruosidad. Si ésta última ha sobresalido por encima de todas es por el tratamiento dado por el mexicano a estas criaturas, privadas de su eterna brutalidad y dotadas de una pureza anómala. Pero contrario a lo que muchos piensan, el cineasta no sólo se especializa en la humanidad del monstruo, sino que también es un experto en la monstruosidad humana. Así lo han demostrado Ángel de la Guardia (Ron Perlman, Cronos), Jacinto (Eduardo Noriega; El espinazo del diablo), Vidal (Sergi López, El laberinto del fauno) y Richard Strickland (Michael Shannon, La forma del agua), pero ninguno lo ha exaltado tanto como Stanton Carlisle (Bradley Cooper) en El callejón de las almas perdidas.



La adaptación a la obra de William Lindsay nos introduce con el referido personaje, un hombre cuyos deseos por escapar de su pasado le conduce a un circo que cambiará su vida para siempre. Ahí encuentra el amor y la amistad, pero también la clave para una riqueza corrupta sustentada en el engaño y el dolor ajeno.

Es precisamente en este lugar donde la película alcanza su punto más alto. Por el viaje del personaje central, el exquisito diseño de producción y la sensación de que el director se siente francamente cómodo en un sitio habitado por todo tipo de fenómenos que han encontrado en el espectáculo circense un sustento, pero sobre todo una familia. Un sitio hipnótico con el que plasma la alegría de la pertenencia, pero sin desatender la desesperanza propia de los marginados y sobre todo de los que han caído en lo más bajo. Estas sensaciones se disparan con los vistazos a toda clase de shows que van de lo curioso a lo grotesco, lo que resulta en un digno sucesor de otros circos fílmicos como los vistos en La parada de los monstruos (1932), y Batman vuelve (1992) que seducen y producen escalofríos por igual.

Bajo esta premisa, a nadie debería sorprender que los problemas empiecen cuando la historia abandona esta zona para trasladarse a un mundo completamente opuesto. Uno ordinario aunque sediento de creer en lo ordinario y dominado netamente por los intereses más oscuros de la sociedad.


Es precisamente aquí cuando la cinta empieza a sentirse un poco lenta. Consecuencia directa de una inmersión en un contexto intrigante pero menos fascinante que el visto en el tramo cuasifantástico que le antecede. A esto sumemos una longevidad innecesaria que resulta en un film de casi 150 minutos que invariablemente remite al King Kong de 180 minutos de Peter Jackson: una obra exquisita en lo visual pero que por momentos se regodea excesivamente en su propia trama.

Ni siquiera este tropiezo evita que El callejón de las almas perdidas concrete su objetivo primario: plasmar la caída humana ante las tentaciones que le rodean. Algo evidente en Carlisle, pero también palpable en buena parte de los personajes secundarios. Lejos de conformarse con las acciones, esto es elegantemente enfatizado desde el carácter simbólico, con una diabólica atracción explorada en los primeros minutos y por una lamentable criatura inerte que todo lo ve. Sobresale además que es la primera película de Guillermo del Toro que carece de monstruos, o al menos de lo que entendemos como tal, ya que su galería de personajes es sin duda la más perturbadora de toda su obra. Algo que invariablemente desemboca además en su trabajo más oscuro y desesperanzador.

La cinta, como ya es una costumbre en la filmografía del mexicano, cuenta con un reparto de primer nivel encabezado por el ya mencionado Bradley Cooper y complementado por Rooney Mara, Cate Blanchett, Toni Collette, Willem Dafoe, Richard Jenkins, Ron Perlman, David Strathairn y Mary Steenburgen. Todos ellos realizan una labor sobresaliente en la interpretación de personajes netamente arquetípicos aunque no por ello menos memorables, todos sustentados en las bases del noir. El más destacado es el de Lilith Ritter interpretado por Cate Blanchett, una femme fatale de la vieja escuela que genera una profunda desconfianza desde su primera aparición pero de cuyos encantos resulta imposible escapar.

Finalmente, mucho se ha especulado sobre las diferencias y similitudes con la adaptación de 1947 dirigida por Edmund Goulding y protagonizada por Tyrone Power. Lo cierto es que los comparativos son innecesarios, ya que cada film es un claro reflejo de las tendencias y sobre todo las preocupaciones de su tiempo.

Tal vez El callejón de las almas perdidas no sea el trabajo más destacado de Guillermo del Toro, pero sí que es un paso decisivo en la evolución narrativa de un director empeñado en mostrar la luz y la oscuridad que nos caracteriza a todos.