4 Butacas de 5
Cuatro años después de “Baby Driver”, Edgar Wright vuelve por partida doble a la cartelera española. Así, los fans del director podrán paliar los siete días de espera hasta el estreno de “Last Night in Soho” (el próximo viernes 17) gozando del documental que el británico ha dedicado a los hermanos Sparks, disponible en salas. Tomando la perspectiva de un fan de la música, en general, y del dueto formado por Ron y Russell en particular, Wright explora la carrera que ambos han ido forjando a lo largo de los años más efervescentes del panorama musical británico y estadounidense. A camino entre ambos países, los hermanos han vivido etapas de cierto reconocimiento y bonanza, pero también de caída en desgracia y parones que habrían de hacer creer que estaban acabados. Y es que como dejan claro las grandes figuras de la industria musical que van desfilando por la pantalla, Ron y Russell han sido siempre unos incomprendidos, simplemente por el mero hecho de mantener su propio estilo a la hora entender y componer su música.
Acercando a nuestros tiempos las subidas y bajadas que la banda de los Sparks ha experimentado desde que comenzara su andadura en los años 70, Wright consigue que nos cuestionemos si para formar parte de “lo mainstream” y alcanzar la fama es necesario dejar de lado nuestra idiosincrasia y las peculiaridades que nos definen. Sin obtener una respuesta clara, la historia de estos estadounidenses a veces maltratados parece decirnos que no, quizás porque en verdad ellos nunca quisieron el reconocimiento que les negaron, o quizás porque después de todo tampoco les ha ido tan mal.
Pero más allá de la vida de estos dos personajes, lo interesante del documental reside en cómo se cuenta esta, porque como ya hemos dicho personalidad es lo que Ron y Russell más tienen. Y lo bueno de “The Sparks Brothers” es que no se limita solamente a reflejarla, sino que se empapa de las particularidades de cada uno de los hermanos y del conjunto indisoluble que forman para trasladarlo a las imágenes en pantalla. Para ello, Wright hace uso de todo lo que tiene a mano -animaciones, grabaciones de concierto, entrevistas, imágenes de archivo- y lo une con el humor auto-referencial que desde siempre ha caracterizado al dueto. El resultado es un collage maravilloso que logra resultar a la vez profundo y divertido, y que consigue que al salir de la sala de cine una se quede con ganas de escuchar todos los temas de los Sparks.