2’5 Butacas de 5
Hay cosas que están mejor muertas, o, al menos, ancladas al tiempo pasado al que pertenecen. Normalmente porque con los años estas se van viendo como realmente son y no cómo lo que nos parecieron en su momento, y porque de esta manera no estropeamos su recuerdo. Sin embargo, la moda de rehacer clásicos cinematográficos parece no estar de acuerdo con este principio, como demuestran las exhumaciones de “Rebeca” de Ben Wheatley o esta “Un Espíritu Burlón”, del debutante en la gran pantalla Edward Hall.
Hay que reconocer la valentía de Hall. Que un director de teatro y televisión decida comenzar su carrera cinematográfica adaptando esta comedia de David Lean supone dos retos: el primero, que está reinterpretando una película de uno de los autores más reputados del cine clásico, y el segundo, que esta es una de sus obras más olvidadas a nivel popular, por lo que su título no tendrá el mismo tirón a nivel comercial que Lawrence de Arabia, por ejemplo. Pero vamos a lo importante: ¿Funciona este nuevo Espíritu Burlón de Edward Hall?
Creo que, por desgracia, la película supone un tropiezo cinematográfico continuo a prácticamente todos los niveles. La trama de un escritor (Dan Stevens) que sufre un bloqueo creativo mientras intenta adaptar una de sus novelas a guion, y que por accidente acaba invocando al espíritu de su antigua esposa a través de una médium (Judi Dench), avanza de forma errática, casi a tirones, con desequilibrios que entorpecen constantemente la narración. Y es que se nota que este es el debut cinematográfico de Hall: se limita a intentar cubrir con la cámara todo lo que pasa lo mejor que puede, recurriendo a la fragmentación y al corte rápido para impostar un falso dinamismo que acaba por perjudicar al aspecto cómico de la película. Porque la gracia de un chiste, y aun en mayor medida en el cine, está casi siempre en cómo se cuenta, y en este caso las decisiones de puesta en escena y montaje que toma Hall no hacen más que perjudicar al resorte cómico, estropeando la potencial carcajada del espectador.
Además, esta reinterpretación resulta particularmente estridente a nivel textual y dramático. El mecanismo perfecto de la original se traduce aquí en un guion al que se le notan constantemente las texturas, y una trama de enredo a tres bandas que, salvo en alguna chispa desperdigada de comedia, no consigue hacer funcionar la película, a pesar del esfuerzo que hace su reparto. Judi Dench es, junto a Dan Stevens, el mayor atractivo de la película. Su médium de reputación dudosa consigue apropiarse de la pantalla a pesar de sus apariciones intermitentes, mientras que Isla Fisher, la segunda esposa del escritor protagonista, recurre tanto al encanto británico más estereotípico que roza la pantomima. Lo que resulta incomprensible es que Leslie Mann, el espíritu retornado de la primera esposa de Stevens, no aproveche el personaje más jugoso de la película a nivel cómico, con una interpretación excesiva que llega a resultar irritante.
Con suerte, en unos años veremos está película como una anécdota a pie de página en la carrera de su director, y aquellos que la vieron tendrán archivado su recuerdo en el estante de “remakes de clásicos que estaban mejor muertos”.