3 Butacas de 5
Compartiendo amplias resonancias con la situación que nos está tocando vivir hoy en día, ‘Tokyo Shaking‘ nos recuerda las consecuencias que los desastres a gran escala pueden llegar a tener en los niveles más pequeños de nuestras vidas. Así, Oliver Peyon utiliza en su nueva película uno de los terremotos más destructivos de la historia de Tokyo para reflejar cómo las sacudidas provocadas por el seísmo afectarán la vida de Alexandra -la protagonista- no sólo de forma física, sino también metafórica: el terremoto hará temblar las relaciones con su familia, con su trabajo, consigo misma… Lo interesante de la película reside, sin embargo, lejos de la individualidad de su personaje principal, o más bien cuando Peyon juega con ella y los intereses del banco para el que trabaja en Japón. Tokyo Shaking se va perfilando entonces como un relato humano, pero también como una crítica al capitalismo que, una vez más, pondrá por encima los intereses de la empresa a la seguridad de los trabajadores. Y, como ya sabemos que patriarcado y liberalismo comulgan muy bien juntos, a la película no podía faltarle -muy acertadamente- una pequeña incursión a lo que supone ser mujer en cualquier contexto laboral, o lo que es lo mismo, tener que aguantar a tu jefe (entre muchas otras situaciones) explicándote por qué te ha hecho un favor al contratarte.
Todos estos temas funcionan, en su conjunto, relativamente bien. Aun así, al final de la película no es posible librarse de la sensación de que esta podría haber ofrecido mucho más. Y ya no sólo con respecto al relato, sino también en relación a la puesta en escena. Ciertamente, el realizador francés sabe hacer funcionar algunas secuencias acertadamente, pero muchas otras pasan sin pena ni gloria por delante de la pantalla, desmereciendo la factura global de la obra. Igualmente, la decisión de añadir ciertas dosis de comedia juega tanto a su favor como en su contra: aligera la historia, sí, pero elimina cierto dramatismo que podría haber resultado efectivo en algunos momentos. Por ello, lo más convincente de la cinta acaban siendo las actuaciones, con un reparto coral encabezado por la correcta Karin Viard, acompañada en esta ocasión por caras menos conocidas dentro del cine galo.
“Tokyo Shaking” resulta, al final, una película dudosa; no sólo respecto a lo que quiere contar, sino a cómo quiere contarlo. Peyon no logra exprimir al máximo el potencial de su historia, aunque al menos esta sí consigue entretener durante la hora y media que dura.