4 Butacas de 5
La nueva película de Julia Ducournau llega a España envuelta en un inaudito secretismo para una ganadora de la Palma de Oro. Es muy poca la información que la productora ha querido filtrar al público antes del estreno: apenas una sinopsis de dos líneas sobre un padre que se reencuentra con su hijo tras una ola de crímenes, una breve nota de prensa en la que se describen las propiedades del titanio y un tráiler que no ha hecho falta traducir al castellano porque nadie habla en él. La inevitable pregunta: ¿se trata de una estrategia publicitaria? Con el sello de Cannes y el aval de Crudo, la espectacular ópera prima de Ducournau, ¿acaso sus responsables confían en que el misterio baste para vender la cinta?
No voy a pretender que conozco los detalles de la campaña de marketing de esta o cualquier otra película, pero una vez vista Titane, lo que sí tengo claro es que la ignorancia del espectador juega a su favor. Lo único que necesitas saber antes de ir al cine es que, como ya se intuye en el tráiler, Titane es dura. De titanio, vaya. Ni siquiera eso era una exageración. Se trata de una propuesta visceral a tantos niveles que es muy difícil que uno no sienta deseos de apartar la mirada, aunque sea por medio segundo. Es gore, violenta y provocadora, a ratos un escaparate de fetiches extremos y a ratos una exposición de pesadillas que no sabías que podías tener.
Pero su narrativa y su estructura tampoco son amables. Como ya sucediera con Crudo, toda esa sangre derramada sirve para configurar un relato sobre la identidad, para iluminar los contornos de una crisis vital llevada a sus extremos más improbables. Aquí, sin embargo, la directora francesa demuestra una ambición aún mayor a la hora de cuestionar nuestra concepción del género y de lo femenino. Hay decenas de ejemplos del desafío a la mirada masculina que la película plantea (basta con analizar las circunstancias de las dos escenas de baile de su protagonista), pero el más significativo se da a nivel metacinematográfico: tres secuencias que recuerdan de manera inevitable a tres maestros como son Cronenberg, Tarantino y Noé y que acaban fundidas en el impredecible torrente narrativo que es Titane, casi como si Ducournau proclamara “a partir de ahora vamos a hacer las cosas de manera un poco distinta”.
Y funciona, vaya que sí. Sobre todo si consigues llegar a la sala sabiendo lo menos posible del argumento, porque es ahí cuando la sorpresa se convierte en estupor. Incluso si uno no comulga con las posibilidades discursivas de la película, a poco que aprecie sus referentes se dejará llevar por su fuerza. Es pura innovación, pura transgresión. Un nuevo golpe en la mesa de una autora que lo tiene todo para dejar una huella indeleble en el cine. Titane parece diseñada para repeler al gran público, pero tiene el potencial de lograr el efecto contrario. Si tu estómago te lo permite, no esperes a que se convierta en una película de culto para acercarte a ella y disfruta ya de una de las películas del año.