4’5 Butacas de 5
Cuando miramos una fotografía, normalmente podemos establecer una serie de conexiones que nos hablan acerca de una experiencia, un suceso y, a veces, de una vida; es algo inmóvil pero no puede evitar estar presente a pesar de pertenecer a otra época. Esta es una de las ideas en torno a las que gira Pedro Almodóvar en su último largometraje: cómo el pasado en mayor o menor escala dicta nuestro presente.
Madres paralelas crea una atmósfera expectante donde nudos de decisiones van maniatando a Janis, interpretada por Penélope Cruz (Volver, Competencia oficial), a la vez que envuelve a su co-protagonista, Ana, siendo Milena Smit (No matarás, Madres paralelas) quien le da vida. Podríamos ver a ambas como un enlace de dos generaciones que chocan pero que se buscan en la necesidad de encontrar un camino común para evolucionar. Y en esta historia se nos representan diferentes caminos para ello, bien sea desde el interior de nuestras raíces o en las muestras de lo humano externo.
Este factor humano (no tan) externo lo vislumbramos en personajes como Arturo (Israel Elejalde; Amarás sobre todas las cosas, Cuéntame cómo pasó) o Teresa (Aitana Sánchez Gijón; Un paseo por las nubes, Oviedo Express), incluso en el personaje de la inconfundible Rossy de Palma (Una sirena en París, Julieta). Se nos presenta un tablero donde cada uno, dentro de su casilla, tratan de avanzar en un relato en el que no todos tienen claro el objetivo. No obstante, precisamente la necesidad de estos personajes es en parte, lo que consigue enlazar las dos tramas que conforman el largometraje.
Si bien, no se acaba de apreciar un enlace global del resultado general debido a esas dos tramas, sí podemos destacar una fluidez digna de los dramas del director manchego. Esta mezcla de homenaje/reivindicación con el tipo de relato que Almodóvar nos ha ido regalando a lo largo de estos años convierte Madres paralelas en una película que, además de hacer referencia al mundo cinematográfico que ha marcado el cine español contemporáneo (sin ser su “gran obra”), explora un terreno que parece querer apoyar una iniciativa que se debería tener más en cuenta en los tiempos que corren para poder sanar heridas aún abiertas de la Guerra Civil.
Con un tono que busca la complicidad con los espectadores a la par que atraerles hacia este relato, la última película de Almodóvar consigue crear cierto interés, siempre teniendo en cuenta el ritmo interno de la misma. Aunque una vez superado el arranque de la introducción, siendo este un lado menos reconocido en el director, nos vemos envueltos en emociones con soluciones algo escurridizas ya más cercanas al manchego, aunque sin mantener el nivel del inicio. No obstante, creo que el hecho de imprimir en el último tramo del largometraje el ritmo del principio, es más favorecedor que el de algunas escenas intermedias. Lo que no quiere decir, que se le reste intensidad a una historia tan íntima a la par que universal como lo es Madres paralelas.
En definitiva, una obra para ver y reflexionar acerca de los cimientos de nuestra sociedad y ciertas entidades que impiden un desarrollo natural de circunstancias que nos han enseñado claves, como la muerte y la vida. Un reparto brillante que nos arropa en vivencias que parecen remotas, pero no imposibles; un compendio de pensamientos, emociones y sentimientos de una forma característica e indistinguible que es al final uno de los principales atractivos del cine de Almodóvar.