3 Butacas sobre 5
El sello A24 lleva años conquistando el mal llamado cine independiente norteamericano, especialmente tras el éxito en los Oscars de Moonlight. Una productora/distribuidora caracterizada por sus estéticas limpias, casi publicitarias, y su apelación a temáticas con las que el público joven debería sentirse identificado. Un sello propio con tal calado que ya traspasa las producciones de la compañía. Es el caso de La luz de mi vida, segundo largometraje del polémico Casey Affleck tras la no menos polémica I’m Still Here. Una película que solo sabe remitir formal y temáticamente a obras previas, sin que haya un ápice de originalidad.
La luz de mi vida sigue a un padre y una hija (interpretados por el propio Affleck y la pequeña Anna Pniowsky) a los que conocemos en lo que parece una acampada en el bosque. Pronto descubrimos que todo es más complejo y turbio de lo que podría parecer: están huyendo. Poco a poco se nos van presentando otros detalles acerca de una misteriosa enfermedad que ha devastado el planeta, muchos de ellos a través de flashbacks en los que hace sus escasas apariciones una desaprovechadísima Elisabeth Moss).
La particularidad de esta pandemia hace pensar de forma irremediable en otra distopía de consecuencias muy similares: Hijos de los hombres, aunque las comparaciones acaba ahí. Bien es cierto que Affleck apuesta por un enfoque mucho más minimalista. Su objetivo es servirse de la premisa para llevar a cabo un estudio casi existencialista de la humanidad, especialmente del poder de las historias para conectarnos los unos a los otros.
El problema es que de nuevo aquí todo suena a peaje ya transitado. La fuerza de las historias es un leitmotiv que ha sido tratado en innumerables ocasiones, y de forma mucho más interesante y profunda. Tenemos como ejemplo reciente la adaptación televisiva de Fargo, que se preocupa especialmente por este punto en su estupenda tercera temporada.
No hay en definitiva nada especialmente mal resuelto en esta película, pero tampoco nada que destaque, nada novedoso. Ni en su aséptico apartado visual, ni en el discurso que construye a través de la distopía, ni siquiera en su correcta (y nada más) ejecución de los momentos de tensión. Surge algo en los momentos de intimidad entre padre e hija, pero Affleck abusa de estas escenas y las alarga tanto (con interminables planos fijos) que su efecto también se agota. Es esta una película de luz tenue, casi imperceptible, como un breve chispazo en la oscuridad.