3 Butacas de 5
Hoy no hablamos de una película cualquiera; hoy hablamos de un film muy esperado por los fans del género patrio: La sombra (Juan Antonio Chavero Briones, 2020), un ejercicio de valentía y arrojo estrenado en un panorama cinematográfico casi tan apocalíptico como el mundo en el que viven los protagonistas de la cinta que nos ocupa. Hay que agradecer que Chavero Briones y el resto del equipo de La sombra apuesten por el cine fantástico en esta propuesta low cost hecha en Córdoba que no cuenta con un gran presupuesto pero que exprime y optimiza al máximo todos sus recursos y que tiene más alma que la mayoría de filmes que colapsan las salas de cine actualmente.
Tal vez la pieza fílmica que nos atañe no sea la película más original de cuantas se hayan estrenado estos últimos años, pues cuenta con diversas reminiscencias a otras películas patrias como La hora fría (Elio Quiroga, 2006) o Summer camp (Alberto Marini, 2015) y claros homenajes a obras audiovisuales como La carretera (John Hillcoat, 2009), Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) o The Last of Us (Jacob Minkoff, 2013), pero podemos decir que este survival thriller postapocalíptico cuenta con un espíritu propio y, sobre todo, tiene el acierto de que, aunque esté enmarcado en un futuro (cada vez menos) distópico, es, a la postre, un drama humano donde cada personaje que compone el trío protagonista (Rafa Blanes, Silvia Navarro y Carla Córdoba Romero -apunten este nombre, le auguro un gran futuro-) tiene su conflicto, interno y/o externo, que le hace caminar pese a las dificultades en pos de sobrevivir y encontrar su hueco en un mundo tan poco halagüeño. Así las cosas, tenemos unos personajes con los que no es difícil empatizar. En este aspecto, el naturalismo que exhala el conjunto en su carácter austero consigue introducir al espectador en la historia desde el primer minuto; y es que ese arma de doble filo que es el bajo presupuesto de la obra contribuye en gran medida a que el drama de los protagonistas también sea nuestro durante dos horas.
Y hablamos de arma de doble filo porque, a pesar de sus grandes virtudes, no estamos ante una película perfecta. Y es que a lo largo del film veremos múltiples fallos de raccord, excesivos primeros planos que ahogan a los actores y no favorecen a la naturalidad que el relato requiere (y consigue en buena parte de la trama), unos intérpretes que se ven un tanto desorientados en algunas escenas, algunos planos-contraplanos no del todo bien defendidos y ciertas secuencias que, en lugar de aportar a la narrativa, lo único que consiguen es hacer avanzar los minutos, no la trama. No obstante, estos defectos no empañan de manera decisiva una película que no se hace larga o pesada en ningún tramo y que tiene como gran baza el buen uso del fuera de campo, el no mostrar lo que no se puede por falta de recursos, lo que hace que ejercitemos nuestra imaginación, haciendo valer esa máxima del buen cine de terror: lo que no vemos pero sí oímos casi siempre es más inquietante que lo que nuestros ojos perciben.
Si a esta buena optimización de recursos le sumamos una música que aporta tensión cuando debe y nostalgia cuando la historia lo requiere, siempre bien elegida para cada momento; una fotografía que, aunque a veces está demasiado sobreexpuesta, está muy bien tratada en las escenas más oscuras (el claroscuro de algunas escenas son muy dignas de contemplar), el ya mencionado naturalismo dentro de un género como el thriller postapocalíptico e interesantes referencias a Federico García Lorca (lo primero que vemos es una cita que le sienta muy bien a la historia narrada: “El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”) nos queda una película que deleitará al fan del género, sobre todo al asiduo espectador del cine fantástico español, que, lejos de extinguirse, está más vivo que nunca.